Columnistas
17/03/2018

Decime si exagero

Sobre monstruos y fantasmas

Sobre monstruos y fantasmas | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

A 49 años de la primera canción censurada oficialmente por un Comfer militar, miremos bien de cerca cuántos son los mecanismos de censura que han perimido por completo, cuántos sólo se suavizaron y cuántos simplemente están allí, agazapados a la espera de una buena oportunidad para saltar y taparnos la boca de un manotazo feroz.

Fernando Barraza

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Los años pasan y algunos quieren convertir en fantasmas a los monstruos que aún están vivos. Esta costumbre, la de “fantasmizar” monstruos, pareciera ser global y picar en todos lados, en cualquier tipo de sociedad: en el primer, en el segundo y en el tercer mundo, ya que estamos hablando de monstruos que no son fantasmas…

La necesidad de hablar de  algunos episodios de la historia reciente de un pueblo como si no pudieran suceder más, o estuvieran alejados de nosotros para siempre, superados, perimidos o vaya a saber uno qué cosa, es habitual en la mayoría de nuestras culturas occidentales y –como toda cuestión compleja- no puede desentrañarse en una sola explicación que allane el “por qué” de la necesidad de negar colectivamente, como tampoco se puede explicar en una sola  vía  el “cómo” y el “para qué” se aplica una negación colectiva. Más bien hay muchas maneras de entender los actos negacionistas (y postmodernos): por un lado pareciera estar aquella porción de la sociedad a la que pareciera ganarle el miedo a su propia historia reciente, tanto así que no dudan en decir que tal o cual problema “ya pasó” o que “aquello no vuelve más, porque ya entendimos”. Por otro lado están los que dicen exactamente lo mismo porque simplemente les queda cómodo que temas espinosos, dolorosos y complejos no se traten a flor de piel social. Dentro de este último grupo están  los que niegan por conveniencia y los que lo hacen por puros imberbes. La mezcla fructífera del que silencia la historia por conveniencia con el que la niega por estúpido es lo que conocemos como… postmodernidad. Decime si exagero.

Pero dejemos de teorizar tanto y empecemos a mencionar ejemplos sólidos y cotidianos.

Hay una importante parte de la sociedad argentina (por suerte nunca tan grande como los medios hegemónicos nos quieren hacer creer) que está de acuerdo en hablar sobre el accionar represivo de la última dictadura cívico militar como algo que ya pasó, que no vuelve, que es parte de un pasado de revista Anteojito. Dentro de ese grupo pareciera haber varios subgrupos: están los que prefieren pensar en los militares como un puñado de locos envalentonados que tomaron el poder, luego están los que se animan cada día más a confesar en voz alta su admiración por el accionar represivo y, finalmente, están los que estuvieron ahí con ellos, porque no debemos caer en infantilismos (también de revista Anteojito) y olvidarnos de que todos los golpes militares posibles fueron posibles gracias a la voluntad y el capital de muchas personas que en su perra vida se han puesto un uniforme militar. Estos últimos, los grandes colaboradores de facto, son los que –como no- hoy poseen la mayoría de los medios masivos de comunicación que todo el tiempo y a toda hora tratan de convencernos de que aquellos monstruos, son fantasmas del pasado.

Por eso en el llano, nunca falta el que te insiste con vehemencia de lector/opinador de chat de periódico digital en que “lo de la dictadura quedó en la dictadura”. Y no te lo dice, te lo grita, tan pero tan seguro, que si vos querés proponer un ejercicio de memoria colectiva para no olvidar, él inmediatamente te trata de ”persona que se ha quedado en el pasado” y te sugiere con suficiencia y sorna algunos métodos psicológicos/publicistas/new age para “cerrar las viejas heridas del pasado”. Pero viejos… viejos son los trapos.

Veamos un ejemplo para la acción

Se viene el 24 de marzo. Hablemos de grietas, porque que las hay, las hay: ¿vos estás del lado de los que pensamos que no hay que dejar de ejercer la memoria colectiva para que algunas cosas horribles no nos vuelvan a suceder como sociedad? Entonces aprovechemos las efemérides y hagamos un trabajo práctico sobre este tema, ¿te parece?

Imaginemos que estamos hablando con alguno de estos representantes del negacionismo histórico, el típico vecino argentino de clase media que se las sabe todas y hasta por ahí se le escapa el término “subversivo” usado en su peor acepción, la que usaron los milicos para desaparecer personas. Bueno, a ver, decime: ¿con esa persona podés arrancar la conversación hablando de la Escuela de las Américas, el Operativo Cóndor, el plan sistemático de apropiación de bebés o sobre la escuela colonial francesa para la tortura de testigos en interrogatorios?  No, no podés. Porque esa persona –no olvidemos, por favor- está dispuesta a negar o justificar todo lo que pasó por miedo, por conveniencia o por estupidez.

Quizás conviene entrar por otro lado…

No tocar, no decir, no ser

El ejemplo de la censura aplicada a los músicos durante la última dictadura cívico-militar es una excelente puerta para comenzar a conversar sobre memoria, verdad y justicia con los que no solo llevan la venda, sino que la reparten.

El mapa trazado en aquellos años -y en conjunto- por el ministerio de Educación y Cultura (así, unificado en un bloque amorfo) y los servicios de inteligencia con muchos “empleados” en la calle fue potente y efectivo. Muchas veces, como en todo periodo de censuras, el accionar fue tajante y a la vez ridículo, en ocasiones hasta surrealista. Efectivo siempre, eso sí. Y no nos olvidemos de esto por favor, de la efectividad, decirlo y recalcarlo es esencial y casi redundante, pero se hace necesario, porque a veces como sociedad nos quedamos en lo anecdótico y  no llegamos a ver la efectiva imposición del castigo o del problema por mirar como el monito baila en el balcón. Nos pasó antaño, nos pasa ahora; si no, recuerden el episodio reciente en el que sonaba “Fuiste” de Gilda y un tipo danzaba con una banda de tela con los colores de la bandera argentina… Bueno, pero no nos distraigamos, volvamos por favor a aquellos años. Para octubre de 1976, el gobierno había puesto en marcha el “Operativo Claridad”, un plan sistemático con nombre publicitario y binario, que fue llevado a cabo en todo el país a través de agentes “oficiales” como los ministros, secretarios, subsecretarios y directores de educación y cultura de toda la Argentina, con el apoyo incondicional de un grupo de agentes no tan “oficiales” devenidos de la mismísima oficina de RRHH del ministerio de Educación y Cultura, contratados con cargos ficticios, que hacían las veces de agentes encubiertos que se infiltraban de incógnito en escuelas secundarias, universidades, peñas, clubes, discotecas, disquerías, cafés y recitales buscando “identificar y controlar elementos sediciosos dentro de las expresiones musicales en todo el territorio nacional”. Presten mucha atención queridxs lectorxs, porque de aquí en más todos estos encomillados serán extractos textuales de los informes elaborados para encumbrados funcionarios como el capitán de navío Elías Said, interventor de la UBA, o para Francisco Carcavallo, el subsecretario de Cultura de una tremendamente centralista provincia de Buenos Aires, o para el rosarino Ricardo Bruera, un ministro que se jactaba de haber trabajado para Levingston, Onganía y los cuatro dictadores de la última dictadura. Algunos de estos encomillados les sonsacarán una sonrisa agria, pues tiene conceptos tan surrealistas como desgraciados, son informes que buscaban “restituir en nuestra juventud los valores fundamentales de la familia y la patria” perdidos en “los ataques sediciosos efectuados por la actividad discográfica subversiva”. Como para que se den una idea.

Para 1977 el “Operativo Claridad” estaba en su mayor apogeo y ya implementado en aceitado mecanismo, desató una injusta y por momentos increíble censura en contra de artistas de todos los géneros musicales de la Argentina, involucrando a propios y ajenos, ya que también se prohibió la difusión de obra vinculada a músicos internacionales. La lista no perdonaba a nadie. Si ustedes observan ese siniestro conjunto de hojas membretadas con el marcial título de “Cantables cuyas letras se consideran no aptas para ser difundidas por los servicios de radiodifusión”, leerán una nómina de más de cincuenta títulos elaborada por el Comfer de facto que iba desde Víctor Jara a Luis Alberto Spinetta, pasando por Camilo Sesto, Joan Báez, Eric Clapton, Horacio Guaraní, León Gieco, Cacho Castaña y Mercedes Sosa, entre otros y otras. Todos los incluidos allí estaban prohibidos por motivos de “fuerza mayor para la seguridad nacional” y sus “temáticas desestabilizadoras”, constituían una “permanente amenaza por evocación y exaltación de  una moral licenciosa e inapropiada”, como así también impulsaban “el fomento permanente para llevar adelante una posible guerra psicológica-marxista”. Así, en esta variopinta sucesión de “razones de fuerza mayor”, el “brazo intelectual” de la censura dictatorial se las ingenió para justificar que se prohíban tanto a Cacho Castaña por proponer a la juventud argentina su “Cara de tramposo y ojos de atorrante”; como a Víctor Jara por recordarle a los argentinos que él recordaba a Amanda esperando infructuosamente a que Manuel saliera de la fábrica; como al maestro Ariel Ramírez por proponer una marcha épica para Juana Azurduy, una generala mujer, valiente, rebelde y boliviana; como al putito de pelo largo de Rod Stewart por mover las cachas al ritmo naif de “Piensas que soy sexy”; como al flaco Spinetta por considerarlo pornográfico en “Credulidad”, cuando hablaba de “Las uvas viejas de un amor en el placard” y a los censores  se les ocurrió que estaba hablando de los testículos que golpeaban contra una vagina; como a Joan Baez, que le cantaba a “Todas las madres cansadas” y a los tipos se les ocurrió que podría estar hablando de las locas de los pañuelos; como a  Moris por tirar un tiro por elevación de esperanza, apostando a un futuro menos controlado y negro en “Ayer nomás”. Y hablando de esperanzas… la “Zamba de mi esperanza” también se prohibió ¡no fuera cosa de que alguien pensara que esperanzarse era un derecho humano posible! 

Como verán la lista es de lo más ecléctica y los motivos para “alejar a nuestra juventud del asedio subversivo del marxismo discográfico” fueron parte de una batalla exhaustiva que se celebró en toda la nación, contando con el apoyo incondicional de los mayores medios de comunicación escritos y electrónicos, como así también con la anuencia de una parte de la sociedad siempre dispuesta a colaborar. Reconocido es el caso del chofer de colectivos de larga distancia que en agosto del 77  fue arrestado tras efectuar su recorrido Córdoba/Buenos Aires  por tratar de “amenizar el viaje con música que hace apología del sistema marxista”. En el colectivo no venía ningún funcionario, hubo al menos un pasajero que –de pura vocación servil- lo denunció por poner un magazine de Jorge Cafrune seguido de uno de Horacio Guaraní durante el viaje.

En nuestra región, que suele decirse livianamente, con un tono despectivo y mentiroso, que “no pasó mucho”, también hubo episodios de censura hacia el mundo de la música. Nuestras Cantoras del Norte Neuquino, por ejemplo, fueron parte de este ridículo accionar al ser consideradas como “enemigas potenciales de la patria” al ser supuestas “aliadas directas” de una  “penetración cultural chilena” en el marco del desaguisado diplomático que se vivía en 1977 y 1978 entre ambos gobiernos durante el conflicto por el Canal de Beagle, inconveniente que casi desató una guerra entre dos países hermanos comandados por sendas dictaduras cívico-militares. El historiador neuquino Isidro Belver recuerda que el mismísimo Don Jaime de Nevares tuvo que sacar carpiendo a la policía de Varvarco cuando –mandatados por la Gendarmería y el ejército- querían dar por finalizada una cantada pública de un grupo de Cantoras del Norte Neuquino, festejando un masivo arreo desde la veranada a la invernada. Los censores habían advertido que “el peligro de transculturalización” de la población norteña en nuestra provincia de frontera era inminente “en la música chilena que las lugareñas reproducen”, todo perfectamente documentado en la letra del plan sobre control de la cultura nacional en zona de frontera articulado para la celebración del centenario de la Conquista al Desierto y refrendado meses más tarde, cuando la hipótesis de guerra con Chile crecía a raíz del conflicto por el Canal de Beagle. Así, al iniciar 1978, el funcionario del ministerio de Economía Jorge A. Maldonado, anunciaba que el Consejo Federal de Coordinación Cultural se había "revitalizado", que le habían inyectado dinero porque el equipo creía que el Mundial era importante, pero era mucho más importante “invertir en las regiones de frontera, porque, de lo contrario, habremos perdido esas zonas para la nación". Así se armó un programa institucional llamado "El problema de la penetración cultural en zonas de frontera y sus posibles derivaciones". Allí, mis queridxs amigxs, nuestras Cantoras eran unas subversivas chilenas. Y punto.

Monstruos, no fantasmas

Si hay que terminar este artículo, deberíamos volver sobre la figura de alguien que hemos mencionado más arriba, el subsecretario Francisco Carcavallo, quien ya en 1976 alertaba a nuestra sociedad que la música "ha sido y será el medio más apto para la infiltración de ideologías extremistas. En nuestro país los canales de infiltración artístico-culturales han sido utilizados a través de un proceso deformante basado en canciones de protesta, exaltación de artistas y textos extremistas. Así logran influenciar a un sector de la juventud, disconformista por naturaleza, inexperiencia o edad". ¿Y por qué volver a la figura de este tipo?, dirás vos. Porque el nombre y apellido de este tipo es el que tenés que recordar para charlar con tu vecino el negacionista, porque tanto él como el también mencionado Ricardo Bruera, fueron personas que se reinventaron hasta hace muy poco tiempo como ciudadanos con trabajos y funciones nobles, bien democráticas, el uno como empresario teatral, el otro como director de escuelas. Ambos fueron monstruos disfrazados de fantasmas, ¿entendés? Hablalo con tu vecino, mencionale que las personas que prohibieron la “Zamba de mi esperanza” y tenían ideas delirantes como que Camilo Sesto quería llevar a la juventud argentina a la perdición y te tomaban a vos de idiota, porque consideraban que no podías escuchar a Rod Stewart sin querer convertirte en homosexual o lesbiana. Hablale de esas personas, dale. Después decile que muchos de los comunicadores que justificaban esos actos delirantes, retorcidos y oscuros de censura aún escriben o hacen tele para algunos de los medios más importantes del país. Sí, sí, decíselo. También podés hablarle de los actuales funcionarios nacionales de entre 55 y 70 años que trabajaron de jóvenes con este think tank de la represión cultural. Y cuando tu vecino se quiera ir porque esa verdad lo agobia, vos frená, ya retomarás la charla más adelante. No, no dejes que por miedo, convicción contraria o simple imbecilidad tu vecino convierta a los monstruos en fantasmas.

29/07/2016

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