Columnistas
06/01/2018

Decime si exagero

Un cráneo que suena como un balazo

Un cráneo que suena como un balazo | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

La sociedad neuquina comenzó el año mirando de cerca el caso de Lautaro, el muchacho que pasó la primera noche de 2018 internado en grave estado a raíz del piedrazo y las patadas en la cabeza que le propinaron dos pibes de 18 a la salida de una fiesta. ¿De qué hablamos cuando hablamos de juventud y violencia?

Fernando Barraza

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 “Al parecer, la dignidad de la vida humana no estaba prevista en el plan de la globalización”

ERNESTO SÁBATO

Esta nota comienza con una frase de Don Ernesto Sábato lanzada en un momento postrero de su propia vida, cuando era ya un viejito nonagenario del Siglo XX que observaba críticamente la realidad de un nuevo siglo, una centuria naciente que apenas alcanzaría a ver.

Por aquellos años poco le importaba a Ernesto lo que el grueso de la sociedad opinara sobre su vida, la perspectiva que la gente pudiera tener sobre todos los escalones subidos en la escalera de su propia biografía lo tenían sin cuidado: ni aquellos escalones que atropelló, ni los que escaló con tacto, ni la calma con la que descansó en aquellos peldaños en los que se sentó a pensar. Sábato ya no le debía nada a nadie, por eso era libre de ser así de rotundo.

Y sí, la frase del comienzo de esta nota es rotunda, es la frase de un anciano sabio, un hombre de casi cien en el que ya podían convivir sin tensión Juan Galo de Lavalle, el comunismo bolchevique, el almuerzo con el dictador Videla, el dadaísmo más liberador, el peronismo y el anti-peronismo, el “¡Nunca Más!” de la CONADEP y el existencialismo más duro y subjetivo.

Así y todo, permitime que igual haga la pregunta en voz alta: ¿es un viejo así (Sábato, o cualquier otro anciano intelectual de fuste) alguien indiscutible, alguien que pueda alzar su voz para hacer tronar todo con un enunciado tajante y taxativo y convertirse en una suerte de oráculo de un pueblo entero? Sí, probablemente sí, si es que se tiene el recorrido de Sábato. “Sí se puede” (con el perdón del uso de esta frase angeloz/macrista).

Mas no le demos más vueltas retóricas al asunto y demos ya por sentada la aseveración de Don Ernesto, total no hace falta ser Foucaullt, Žižek, Bauman o Serrés para darse cuenta que este plan neoliberal de globalización no tiene su principal anclaje en la dignidad de la vida humana, más bien vectoriza su norte en los asuntos relacionados al rédito del sistema de producción y los recovecos financieros que de éste se desprenden.

Decime si exagero...

Y no te me deprimas, eh, porque pensar un instante en estos términos y tomarse el tiempo de analizar el enunciado de Sábato sin paranoias ni infantilismos conspirativos, nos puede ayudar a entender muchas cosas del cotidiano, entre ellas, por ejemplo, por qué es que comenzamos el año con un pibe de 20 años en coma a causa de un piedrazo y una serie de patadas asestadas por otros dos pibes, dos años menor que él, a la salida de una fiesta.

Imagen y sonido

A ver, pensemos un poco. Indudablemente al piedrazo y a las patadas en la cabeza de Lautaro no llegamos de la nada.

El efectismo con que todo fue y es tratado en redes sociales y medios de comunicación puede confundirnos al respecto, porque el efecto de “impronta por sorpresa” (desagradable y bestial en este caso, claro) es una estética que los medios han impuesto con fuerza desde hace años, y si te ponés a pensar un poco, la manera en la que se presentó en sociedad este desgraciado episodio en el que está en juego la vida de Lautaro ha sido -como no- bastante crudo y efectista, por utilizar dos calificativos que nos permitan seguir leyendo este artículo sin enojarnos. Así que ojo, porque esa mecánica ruda, de noticia embravecida, nos puede confundir un poco. Los sentimientos de temor/ira que nos genera enterarnos del episodio de la manera en la que nos enteramos, tan atados a la mecánica de la noticia espectacularizada o el posteo insultante y enjuiciante al extremo en redes sociales, puede quitarnos perspectivas para analizar qué lugar ocupamos nosotros en un incidente de este tipo en cuanto somos los seres sociales que somos. Porque nosotros también estamos presentes en esto que pasó a la salida de esa fiesta.

A ver, decime si exagero...

Esta es una época de descaradas dobles varas, las vemos en los juicios y acciones emitidos por una parte saliente de la clase política más encumbrada, las vemos en los fallos e investigaciones de una parte importante de la Justicia Federal, las vemos en editoriales de medios de comunicación empresariales y masivos. Esas dobles varas morales, donde se dice que algo o alguien es malo si nos conviene -y se hace la vista gorda en el mismo sentido con otros “algos” y otros “álguienes” si no nos conviene- han sido tan relevantes, empáticas y llegadoras en los últimos tiempos, que se han terminado por convertir en un standard de pensamiento y comportamiento que, qué querés que te diga, a veces te deja pasmado y sin ganas de pertenecer a la raza humana.

Decime: ¿exagero?

Hay una doble vara bastante instalada en el común de la gente a la hora de “recibir” las noticias, es cierto, pero la mecánica de la comunicación ha cambiado diametralmente y muchas de las noticias que luego se consumen, son generadas por nosotros mismos -la sociedad- en redes sociales. Es decir: nos “dan” las noticias con doble vara y nosotros replicamos el mecanismo y también “las damos” de la misma manera, como en este caso, en el que anunciamos a los gritos violentos un hecho de violencia entre jóvenes, porque el caso del atentado a la vida de Lautaro parte del posteo en facebook e instagram del video en el que podemos ver como un muchacho (luego sabremos que es Lautaro) se abre paso a los manotazos entre un grupo de jóvenes, inmediatamente se ve como otros se acercan desde su espalda a toda velocidad, se escucha un estruendo similar a un balazo (así es como suena un parietal al partirse con la contundencia de un trueno y la velocidad de un rayo) y cuando el pibe cae desplomado sin conciencia por el golpe asestado, alguien se acerca y le patea la cabeza en el piso. Las chicas que filman gritan aterradas. El video se corta sin más. Fin de la transmisión.

Ese crudísimo video testimonial, posteado en la Internet, generó la posterior llegada de “la noticia” a los medios que, mayoritariamente, recogieron el tono y la estética narrativa según demanda la gente en redes. Es decir: con espectacularidad, con sentencia previa, con lugar para la generalización estigmatizante y hasta con el toque de morbo que la exhibición de un episodio de violencia conlleva de sí.

Desde hace algunos años, los medios de comunicación privados han entendido que hay una “realidad” de peso que hay que atender en la virtualidad de las redes, y que el consumo cultural y moral de un cada vez mayor número de seres humanos, pasa por lo que vio o leyó en redes. Así los medios se colocan “detrás” de la realidad virtual planteada por la gente y la reproduce comunicacionalmente en sus medios (electrónicos o de papel) lo más “fielmente” posible.

Si el posteo original, subido a redes por chicas y chicos de la misma edad que Lautaro y sus dos agresores, traía consigo un duro pedido de justicia por mano propia, podría hasta comprenderse, ya que fue hecho por chicos allegados a la víctima. Más entre “comprenderse” y “justificarse” hay una línea poco perceptible pero grosera que casi nunca vemos. Esta ceguera se hace patente cuando ves las decenas y decenas de comentarios vertidos debajo del posteo original del video de la agresión y todos ellos no piden justicia, sino que piden venganza, alentando y redoblando la apuesta de ira de quienes postearon el video original.

Así la violencia más bruta, clasista y racista asoma en esos foros donde ahora centenares de jóvenes, pre-adolescentes y adultos exigen linchamiento, tortura y hasta violación sexual para los perpetradores de la agresión. Solo algunos ponen un deseo de recuperación de Lautaro. Pegate una vuelta por el face y decime si exagero...

Linchar o no linchar

Los medios de comunicación, apenas unas horas después de viralizado el video, recogieron este guante de “necesidad de sangre” y lo retransmitieron a toda velocidad, sin pensar demasiado en otra cosa que en “embocar una noticia llegadora”. Muchos de ellos lo hicieron en el mismo sentido moral que en las redes, solo que cuidando un poco la forma y bajando algo el tono, pero -en definitiva- diciendo lo mismo. Ninguno de estos medios pide linchamientos públicos, es cierto, pero sin embargo, destacan que la violencia está “generalizada” entre los jóvenes. Otros se atrevieron a más, como dos conductores de radio regionales a los que poco les cuesta zarparse mal, y pidieron prisión perpetua para los dos agresores, mayores controles en toda la ciudad a los jóvenes, dando por sentado que todos son violentos y todos están perdidos; incluso llegaron a usar en un tono positivo la palabra “razzia”. Sucedió durante la mañana en una cadena de radios el martes pasado.

Se va al choque directo, a la polémica de tablón, poco se piensa y se reflexiona sobre la génesis misma de la degradación social del valor de la vida, poco se analizan las variables que entran en juego para que en una escena en la que se ve a una veintena de pibes durante un minuto a la salida de una fiesta, uno de ellos caiga al piso semi-muerto mientras su cráneo quebrado suena como un balazo. ¿A nadie le llama la atención eso desde el punto de vista fenomenológico? Veinte jóvenes en cuadro durante la primera madrugada del año, uno cae al piso con el cráneo estallado...

Y lo que es peor, los medios digitales escritos abren al pie de sus notas los foros de comentarios para que la gente insulte, exija asesinatos y se violente verbalmente de la misma manera que lo hace en sus propias redes sociales, pero esta vez “institucionalizados” en un medio de comunicación comercial.

En nombre de una bien pensante “libertad de expresión” se le abre las compuertas a la violencia sin que a nadie se le caiga una pestaña.

Nadie es inocente

Luego la noticia se mantiene en agenda por unos días, otras voces comienzan a sonar, pero todos siguen siendo culpables para los lectores y para los usuarios de redes sociales. Y cuando digo todos es todos, eh. Hasta Lautaro es culpable. Haceme caso, armate de estómago y leete los foros en diarios y portales, fijate como hay un alto porcentaje de lectores acusando a Lautaro de “habérsela buscado”.

La altura moral en la que se ubica el ser humano promedio en los días que corren es alarmante. Hay quienes no quieren ver este acto de vanidad e insensatez colectiva porque realmente es una realidad asfixiante, completamente irritante, pero es hora de que despabilemos y empecemos a conversar entre nosotros sobre este mesianismo dictatorial que ejercemos desde la realidad virtual de Internet, este juez facho que sacamos para que acuse a todo el mundo y le cuente las costillas a santos y pecadores como si nada tuviera que ver con el mundo en el que vive.

¿Y saben por qué hay que empezar a hablar seriamente sobre esto?, porque ese mesianismo está contaminando nuestras relaciones fuera de la red (decime si exagero: ¿no notás que en el cotidiano, cada vez más gente está iracible, sentenciosa e intransigente en la vida real?). Ese comportamiento omnipotente que manifestamos en las redes se traslada al cotidiano, y ese grito bravucón que emitimos como si no tuviéramos responsabilidad de ser parte de este “mundo podrido”, nos está llevando de las narices a una violencia fáctica.

La piedra

No me atrevería a decir que la piedra que hizo estallar el cráneo de Lautaro, como si hubiera sonado un balazo en el aire soleado de la primera mañana del año, es un acto de violencia equiparable al que están ejerciendo socialmente quienes piden en redes que despellejen y violen en la cárcel a los dos chicos de 18 que llevaron adelante la bestial agresión.

No voy a decir eso, no, pero vos igual pensá si no hay una cadena que une ambas violencias.

El periodista y poeta Enrique Symns, un adolescente “violento y problemático” del siglo pasado, escribió en su autobiografía “El señor de los venenos” que su paso de la niñez-adolescencia al mundo adulto no fue gradual, sino bestial. Él dice: “No hubo transición. La adultez fue una ropa que me pusieron como si fuera un presidiario; nunca dejás de ser niño, te obligan a dejar de serlo” ¿Y por qué te traigo a colación esta frase de Symns a esta altura de la nota? Porque tal vez -en la belleza sintética de una frase así- podemos pensar en cómo nos fue a nosotros a la salida de la adolescencia y, lo más importante hoy, como les va a nuestros hijos, hermanos, nuestros coetáneos que están entrando a la adultez y quizás atendiendo el carácter duro de crecer, reconsideremos si vamos a tratar a todos nuestros jóvenes de bestias incivilizadas que coquetean con una violencia que está allí -”suelta en la calle”, como dijo inmutable el intendente Quiroga-, una violencia sin dueño, pre-establecida y dada de manera irreparable por los siglos de los siglos por venir.

La bestia

Finalizando: Lautaro no es una bestia “que se merecía lo que le pasó” por salir, bailar, quizás escabiar, luego estar metido en una trifulca física desmadrada. Los dos chicos de 18 que lo agredieron mortalmente tampoco. Pensar así, con la brújula de la acusación del espectador que es ajeno, moralmente implacable, poco favor le hace al entendimiento de lo que aquí nos pasa.

Lautaro y los dos pibes son hijos de una sociedad que se putea y se agrede como micos en las redes; son hijos de una sociedad que se grita barbaridades en los semáforos mientras los pibes vienen sentados en los asientos de atrás observando atentamente cuan lejos se puede ir en la ruta de la intolerancia; son hijos de una sociedad que pone en la tele programas “cómicos y llevaderos” en los que los conductores denigran y se burlan de todo y de todos; canales en los que en el prime-time se emiten películas de héroes y super héroes que se abren paso a los tiros, haciendo justicia por mano propia porque “todo está podrido, ninguna institución me cuida”.

Lautaro y los dos pibes no llegaron “de la nada” hasta donde llegaron, hasta ese acto de violencia criminal (que no fue el único en el país, ni siquiera el único en nuestra ciudad) donde la propia vida humana, esta vez la de Lautaro, está en juego.

Sin embargo, nosotros parecemos estar sintonizando otra realidad, nos sentamos a cacarear en redes, pedimos mano dura, culpamos a los jóvenes de todo lo que pasa, gritamos frases altisonantes diciendo que la educación y los valores se perdieron como si nada tuviéramos que ver en todo este asunto. ¿Qué educación, qué valores, de qué estamos hablando? ¿nosotros no tenemos nada que ver en todo esto, enserio me lo decís?

La justicia deberá actuar tras investigar, los dos pibes que agredieron deberán sujetarse a ese fallo, son responsables del acto que cometieron, claro. El municipio deberá dar respuestas un poco menos evasivas que las que está dando en referencia a las modalidades en fiestas en espacios públicos. Los empresarios deberán revisar que tipo de entretenimiento le están vendiendo a los pibes.

Esa es la responsabilidad que le corresponde al Estado y al privado, es la responsabilidad que pesa al mirar para arriba, a las instituciones y a las empresas.

La otra responsabilidad es la que todavía no vemos ni a ganchos, la que está a nuestra altura: nos hemos convertido en estúpidos actores altisonantes que se la pasan gritando barbaridades enjuiciantes en las redes, como si fuéramos vivos, como si fuéramos inocentes de toda acción, mientras el sistema, frente a nuestras narices de idiotas indignados, tal y como dice Don Sábato sigue perpetrando su plan de desprecio por la vida humana.

A ver, decime si exagero...

29/07/2016

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