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22/10/2017

Política e investigación científica

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Para el nuevo gobierno la ciencia y la investigación no son prioritarias. Lo muestran los números del presupuesto nacional: de un gasto previsto de 1,5% del total en 2016 se pasó a 1,4% en 2017 y a 1,2% en el proyecto para el año 2018.

Humberto Zambon

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En la revolución industrial del siglo XVIII el conocimiento científico no tuvo ningún papel; la catarata de invenciones, que empezó en la industria textil y se extendió por el resto de actividades productivas, fue obra individual de hombres inteligentes, prácticos y observadores que conocían su oficio y respondieron a las necesidades de su época. Pero a partir del siglo XIX, con la complejidad creciente de la producción, fue necesario incorporar el conocimiento científico al progreso innovador, lo que se intensificó en el siglo siguiente y rápidamente se volvió imprescindible. Hoy es imposible pensar procesos industriales modernos e innovadores sin trabajos de equipo con sólida formación científica.

Por esa razón las potencias mundiales se preocupan de la educación y desarrollo científico de sus poblaciones. Según la Unesco, en investigación, desarrollo e innovación (I+D+i) se gastan 1,7 billones de dólares (millones de millones, cabe la aclaración porque en Estados Unidos se denomina “billón” a lo que nosotros decimos “miles de millones”). En valores absolutos, los que más gastan son Estados Unidos, China, Japón, Alemania y Corea. No en vano estos países son los más desarrollados.

Según el Banco Mundial ese gasto en función del nivel del Producto Bruto es encabezado por Corea (4,29%) y seguido por Japón (3,59%),  Finlandia (3,17%) y Alemania (2,9%). El promedio mundial del gasto es 2,12% mientras que en América Latina baja a 0,83% y, para nuestro país, a 0,62%. Las cifras son bastante elocuentes y no requieren comentario adicional.

En proporción a su población Israel es el país que tiene mayor cantidad de investigadores, con 8.200 por cada millón de habitantes; le siguen Corea, Suecia, Finlandia, Dinamarca, Noruega y Singapur con más de 7.000. Como punto de comparación, en nuestro país hay solamente 1.200 por cada millón de habitantes, el 85% pagados por el Estado. Es decir, la investigación es una cuestión de política del Estado.  

El gobierno anterior había intentado revertir esa situación mediante la creación de un ministerio de Ciencia y Técnica, la repatriación de científicos que habían emigrado, el aumento del presupuesto para ciencia e investigación, con la incorporación mediante concurso de becados para la carrera de investigadores científicos, el apoyo a institutos científicos y empresas como el Invap, así como a proyectos especiales como el desarrollo satelital o la aplicación de la energía eólica. La realización de Tecnópolis es un símbolo de esta preocupación por la ciencia y la de crear conciencia popular sobre su necesidad.

Para el nuevo gobierno la ciencia y la investigación no son prioritarias. Lo muestran los números del presupuesto nacional: de un gasto previsto de 1,5% del total en 2016 se pasó a 1,4% en 2017 y a 1,2% en el proyecto para el año 2018 (35.490 millones de pesos). Según el colectivo de científicos “Defendamos la ciencia”, se necesitarían 6.500 millones adicionales para equiparar los fondos gastados en este rubro durante el año 2015. Y ese panorama de subestimación del conocimiento se extiende a todo el proceso educativo que es la base del científico: el gasto previsto en educación y cultura (203.759 millones de pesos) no alcanza a la mitad del previsto para para pagar los intereses del endeudamiento público (408.742 millones). También lo muestra la política satelital, la menor incorporación de becarios o la falta de apoyo a los proyectos tecnológicos que estaban en marcha.

Joseph Schumpeter hablaba de la “destrucción creativa” del capitalismo para referirse a la destrucción de capital y riqueza consecuencia de la obsolescencia anticipada y de la crisis, destrucción que era consecuencia y, al mismo tiempo, causa del permanente progreso y cambio tecnológico. Parafraseándolo, Daniel García Delgado de Flacso habla de la “creación destructiva” para hacer referencia a “la gran capacidad demostrada por el gobierno de los CEO para endeudarse, desmontar activos previos, destruir el mercado interno y bajar los incentivos económicos y simbólicos a las instituciones tecnológicas que se estaban desarrollando”.

No hay que olvidar que Domingo Cavallo, uno de los más claros exponentes del neoliberalismo argentino, mandó a los científicos a lavar los platos. Es que, según se dice en los fundamentos de la disposición sobre repatriación de científicos, “los científicos fueron considerados peligrosos durante las dictaduras militares y descartables para el neoliberalismo”.

29/07/2016

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