Columnistas
14/09/2017

Desarmar el sentido común

Desarmar el sentido común | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

No es casual que se vuelva a estigmatizar en la Patagonia a los sujetos y colectivos sociales que enfrentan con el cuerpo las políticas neoliberales que hacen estragos y que hoy reclaman la aparición con vida de Santiago Maldonado.

Carlos Aníbal Lator *

Durante la campaña presidencial de 2015 la entonces candidata a gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, dijo que “había que cambiar pasado por futuro”. No hace mucho tiempo atrás, el ministro de Educación de la Nación, Esteban Bullrich, también vaticinó que en la educación “había que hacer una nueva Conquista del Desierto”. Dos definiciones, una sola ideología: sepultar la historia y volver a instalar la disyuntiva “civilización o barbarie” como única encrucijada para justificar el proyecto “moderno y civilizador” del macrismo.

En la construcción de esta remozada subjetividad neoliberal que tan pacientemente monta  el gobierno nacional, se vuelven a elaborar estrategias de identidad excluyentes, que se reproducen hasta el hartazgo en los medios hegemónicos, con el fin de conseguir la adhesión de la sociedad e imponer el modelo económico que sostienen los grupos dominantes, donde el “orden” se marca a fuego y el precio del “progreso” lo pagan muy caro los sectores más vulnerables de nuestro pueblo.

La historia argentina está llena de ejemplos donde el diferente y el adversario político y social se construyen desde el Estado como enemigos. Primero fue el gaucho -vago y mal entretenido-, después el indio -salvaje e incivilizado-, luego el anarquista apátrida, más tarde el cabecita negra, y en la última dictadura genocida, el obrero y el militante político, tildado entonces, de terrorista y subversivo.

Por lo tanto no es casual que se vuelva a estigmatizar en la Patagonia a los sujetos y colectivos sociales que enfrentan con el cuerpo las políticas neoliberales que hacen estragos y que hoy reclaman la aparición con vida de Santiago Maldonado, este joven denigrado por tener barba y el cabello largo, ser artesano y militante de las causas justas como es defender los derechos legítimos de la nación mapuche, a la cual hace décadas se le niega la posesión de sus territorios por ser “invasores” de bienes extranjeros, que usurpan, como los Benetton, las tierras ancestrales de sus verdaderos dueños.

Una tierra inhóspita donde el ocultamiento de la verdad y la desaparición física del oponente también tienen historia. Hace casi un siglo los obreros de Santa Cruz que reclamaban por sus derechos fueron masacrados y obligados a cavar su propia tumba por parte de los terratenientes del lugar y si no hubiera sido por el historiador Osvaldo Bayer estos hechos no salían a la luz. El caso del soldado Carrasco, ese joven de Cutral Co que en 1994 apareció muerto por efectivos militares en el cuartel de Zapala después del pacto de silencio que selló la cúpula militar de entonces. El mismo pacto de silencio que en el caso Maldonado, pergeñaron el gobierno y los altos mandos de Gendarmería Nacional, una fuerza de seguridad que también desapareció personas en la última dictadura militar.

El 30 de agosto pasado, en el Día Internacional de las Victimas de Desaparición Forzada de Personas, la organización gremial de Ctera elaboró unas guías didácticas para que los docentes se refieran a la fecha y reflexionen con sus alumnos sobre la hipótesis, cada vez más evidente, de la desaparición forzada de Santiago Maldonado, como una forma de desarmar el sentido común, romper con los estereotipos y analizar críticamente el discurso único que propaga el gobierno. Empecinados con que la realidad no entre a las escuelas, los gurúes de la república cuestionaron duramente estas clases, según ellos, de “adoctrinamiento y politización de las aulas”.

Una censura similar realizaron Lanata y Magdalena Ruiz Guiñazú, hace unos años atrás, a Casey Wander, un niño de 11 años que comprendía y explicaba claramente lo que ocurría en el país, y a quien los periodistas de Clarín ridiculizaron definiéndolo como “hijo del ministro de propaganda de Hitler” o dijeron que “no tenía la más puta idea de lo que estaba diciendo”. Casi cuatro años después, Casey es un adolescente que milita, como Santiago, por las causas justas. Se sube a los trenes para hablar de industria nacional, de los peligros del endeudamiento del Estado y de la desaparición del joven Maldonado. En aquella oportunidad ese niño había sentenciado “que a los milicos que habían cometido delitos había que meterlos presos y que el país no tenía que volver a los ‘90”. Todo un presagio y un desafío. Evidentemente, Casey tenía la puta idea de lo que estaba diciendo.



(*) Ex Intendente de Chos Malal (Encuentro por Chos Malal).
29/07/2016

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