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12/08/2017

Eva Perón, el fanatismo, el odio y el amor

Eva Perón, el fanatismo, el odio y el amor | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Publicada en Diario Contexto al cumplirse 65 años de su muerte, esta nota rebate distintos modos en que la historiografía encuadró su figura y describe un perfil “que se acerque a la Evita de carne y hueso, a su relevancia epocal” en la Argentina y el mundo de mediados del siglo XX.

Carlos Ciappina

Solamente los fanáticos -que son idealistas y son sectarios- no se entregan. Los fríos, los indiferentes, no deben servir al pueblo. No pueden servirlo aunque quieran”. ”Por eso los venceremos. Porque aunque tengan dinero, privilegios, jerarquías, poder y riquezas no podrán ser nunca fanáticos. Porque no tienen corazón. Nosotros sí”. Eva Perón. Mi mensaje. (1952)

El 26 de julio de 1952 fallecía la mujer más relevante de la historia argentina: María Eva Duarte de Perón no fue una, sino varias mujeres al mismo tiempo, en una época en que las mujeres solo podían tener uno o dos roles “legales” a lo sumo: madres y/o esposas.

Evita, por el contrario, eligió, y aquí está una de las aristas más relevantes de su historicidad, eligió ser esposa, líder sindical, militante política, trabajadora social, luchadora por los derechos de las mujeres, y símbolo y emblema de la lucha contra la opresión y por una mejor vida para los/as trabajadores/as.

Los debates historiográficos (que son siempre, como decía Jauretche, y más aún en este caso, debates políticos) han buscado encuadrar a Evita según las necesidades políticas de cada momento: para algunos, Evita fue un mero apéndice de Juan Domingo Perón, un ser que el propio Perón hizo a su imagen (mirada muy cara a las necesidades del patriarcado, que nutre tanto a las posiciones antiperonistas como a las del propio movimiento). Para otros/as (en especial para el mundo de las artes y “la cultura” liberal), Evita fue una especie de personaje de la farándula que encontró su veta histriónica representando “el papel” de su vida: ser la abanderada de los que menos tienen. Para lo que podríamos llamar un antiperonismo “evitista” (de raigambre progresista y aún de izquierdas) Evita fue una persona manipulada en su sincero deseo de ayudar a los más pobres por el propio Perón. Esta interpretación deja a salvo el perfil social y la obra social de Evita, pero a la vez sostiene el carácter perverso de Perón, el gran manipulador y artífice de las peores maniobras. Para los y las jóvenes combativos de la década de principios de los setenta, Evita expresaba el puente natural (ella misma una joven) entre el peronismo como primera expresión de reivindicación popular y su pasaje hacia el “socialismo nacional”, expresión que para los jóvenes militantes peronistas implicaba transformar definitivamente la matriz societal argentina, con un peronismo decidido a ser definitivamente un partido expresión de la clase obrera con el objetivo de terminar con el capitalismo en el país.

Para la elite oligárquica, sus factores de poder real (los terratenientes, las grandes compañías nacionales y extranjeras) y sus expresiones culturales tradicionales (prensa hegemónica ,diarios hegemónicos y lo que se denominaba “la cultura” de corte eurocéntrico y semicolonial) la interpretación era mucho más simple y brutal: “esa mujer”, “la Eva” representaba en su cara y en su cuerpo todo lo indeseable del peronismo: plebeya, decidida, sin respeto por la prosapia oligárquica, alguien que por su origen social, en vez de recorrer el camino tradicional de las mujeres sometidas del orden patriarcal oligárquico (ama de casa o empleada “doméstica”, en todo caso amante de algún señor rico y/o con mucho esfuerzo y sacrifico docente o profesora) se lanzó decidida a cambiar, desde el poder, la historia de los más humildes. Para esta elite, el propio Perón era “preferible” a “esa mujer”.

¿Podemos hoy, a 65 años, dibujar un perfil histórico (político, obvio) de Evita, un perfil que se acerque a la Evita de carne y hueso, a su densidad histórica, a su relevancia epocal (la Argentina y el mundo de 1945-1952) y a su inevitable proyección actual?

Comencemos por el principio. Evita desestructura varios moldes en la Argentina de 1945: Primero, su origen. En ese país oligárquico, elitista y conservador, las familias se dividían en legítimas e ilegítimas. Y los hijos/as igual. En ese orden oligárquico-patriarcal los hijos por fuera del matrimonio quedaban en permanente estado de exclusión, legal y simbólica. Claro que este “estigma” empeoraba si la familia de origen era pobre y si la hija “natural” era mujer.

Evita era joven. En el orden político social conservador, la edad era un atributo de verdad y de confianza. El orden conservador se parecía mucho a una gerontocracia masculina. Los dirigentes políticos, los gobernadores y presidentes llegaban a sus cargos luego de los sesenta o setenta años. La edad era considerada una garantía de sapiencia y equilibrio. Evita tenía 26 años en 1945, 29 años cuando obtuvo el voto femenino y apenas 32 años cuando la CGT y el movimiento obrero la postularon ¡a la vicepresidencia de la República!

Y Evita, ya lanzada a la vida política de lleno… era mujer. Una mujer en la política machista de la Argentina de la década infame. El régimen oligárquico cerraba a cal y canto la participación femenina en política. Después de décadas de lucha por el voto (que las mujeres puedan elegir y ser electas), el régimen oligárquico había logrado impedir que el voto femenino fuera un derecho nacional. Una sola mujer había votado en 1907 en Capital Federal (fue Julieta Lanteri, y a partir de allí se prohibió específicamente el voto femenino) y una sola provincia había establecido el voto femenino como derecho: San Juan en 1927, conquista anulada por el golpe oligárquico de 1930. Evita tomó a su cargo la lucha por el voto femenino una vez electo Perón (febrero de 1946) y en un año y medio (septiembre de 1947) se sancionó el voto femenino, en un año más (1949) la nueva Constitución le dio rango inamovible, y en 1952 las mujeres votaron masivamente. Con un agregado especial: Evita (con 30 años de edad) constituyó el Partido Peronista Femenino y exigió que se postularan mujeres. No era cuestión de votar simplemente: en 1952, 24 mujeres fueron electas diputadas y 9 como senadoras. El Parlamento argentino tenía el mayor número de mujeres electas en toda América.

En la Argentina oligárquica, las esposas de los presidentes tenían funciones bien establecidas: estaban para acompañar a sus maridos en los actos y las recepciones oficiales, cócteles de embajadas y viajes al exterior… Tenían, además de esta función “decorativa”, una función benéfica: presidían la Sociedad Argentina de Beneficencia, organismo que de la mano de las mujeres de la elite, se encargaba de realizar ayuda social a los “pobres” que la “merecían”. Evita, esposa presidencial a los 26 años, se encontró, como en todo, con una estructura que le presentaba dos opciones: amoldarse o cambiarlo todo. Como siempre, decidió cambiarlo todo. El rol “decorativo” duró muy poco. Comprendiendo claramente que la legislación social y las leyes laborales llevarían un tiempo para revertir la situación de desprotección y vulnerabilidad de décadas de explotación, Evita se propuso una tarea enorme: desarrollar desde el Estado una política social pública que alcanzara a todos/as los/as que estaban en situación de de privación, tuvieran trabajo o no, que en la Argentina de 1945 significaban millones de personas, sobre todo mujeres, niños/as y ancianos. Para alcanzar ese objetivo, Evita revolucionó la concepción sobre la acción social en el país: las personas tenían derecho a bienes y servicios básicos y la herramienta para hacer cumplir esos derechos era el Estado organizado. La Fundación Eva Perón suplantó y superó, de un modo inevitable, a la Sociedad de Beneficencia: no eran las señoras paquetas que regalaban a los pobres lo que les sobraba, sino que era el Estado quien organizaba y creaba desde Hogares de Niños y Hogares de Ancianos hasta barrios obreros, pasando por salas sanitarias y hospitales. Una Fundación estatal en donde las personas recibían desde juguetes hasta atención médica de alta complejidad, por el derecho a recibirlo y no por la dádiva del poder.

Esta actividad “social” no significó resignar el rol político: muy por el contrario, Evita se transformó rápidamente en la cadena de transmisión de las demandas obreras y también de la mensajera de Perón hacia el movimiento obrero organizado. Sin medias tintas, como solo Evita podía, se hacía cargo de la tarea política. Esta mujer de menos de 30 años fue la defensora más persistente de los/as trabajadores, a punto tal que será la propia CGT la que la proponga para ser vicepresidenta a una fórmula Perón-Eva Perón. También será la que tratará con dureza a los pocos gremios que entraron en conflicto con Perón. La confianza en el rol revolucionario de los/as trabajadores fue, en Evita, absoluta. Decidida a blindar a Perón, ordenó la compra de cinco mil ametralladoras para armar a la CGT.

Evita líder de las aspiraciones de las mujeres, constructora y administradora de una forma moderna de realizar la acción social, jefa política del partido femenino y representante e interlocutora de la clase trabajadora; enemiga declarada de la oligarquía y de la elite terrateniente, pero también de los sectores burocratizados del propio peronismo a quienes dirigió sus más fuertes críticas.

“Esa mujer” ¿en tensión con Perón? Sin duda que sí. Tensión que ni remotamente fue ruptura, tensión que reconocía profundamente que el liderazgo político de todo el movimiento lo había construido Perón, tensión que quizás se preocupara por esa capacidad pendular de Perón frente a las “líneas rectas” de la modalidad de Evita. Perón y Eva Perón fueron una pareja políticamente dialéctica. Se explican uno en el otro. Mientras Evita vivió, Perón se sintió con el respaldo para expresar sus aspiraciones más revolucionarias; Evita, a su vez, encontraba en Perón el constructor político que generaba el “espacio” para llevar adelante sus políticas sociales en profundidad. Ambos roles revertían políticamente sobre cada uno de ellos. El destino rompió ese círculo, pero las bases para una nueva sociedad argentinas estaban ya construidas en 1952 y solo podrían modificarse por el odio y la ilegalidad oligárquica.

¿Cómo fue posible toda esta obra en seis años? Porque Evita fue, consciente y visceralmente, racional y emocionalmente, así, todo a la vez, una fanática. Evita se definió a sí misma como una fanática. Su fanatismo ha sido quizás su arista más criticada por la historiografía liberal, por las izquierdas de las sociedades perfectas, por el progresismo descomprometido con las personas de carne y hueso. Para la corrección política, el fanatismo de Evita era (¿es?) intragable.

Evita se declaraba abiertamente fanática. Una fanática del pueblo mestizo, un fanatismo por la construcción de hogares, escuelas y casas para los niños/as de la Argentina relegada, una fanática para mejorar los salarios y los derechos de los/as obreras, una fanática del trabajo por los demás, una fanática por incluir todo lo que la sociedad oligárquica, machista y patriarcal destinaba al mundo de las privaciones, la explotación, el hambre y la miseria planificada, una fanática por todas y todos los descamisados del mundo… aun a costa del propio bienestar y la propia vida. Para transformar cada necesidad en un derecho -nos diría Evita hoy-, es imprescindible el fanatismo.

Hace 65 años, Evita se moría a los 33 años. La oligarquía descargó sobre ella todo su odio en vida y, mucho más aún, después de muerta.

Pero en la memoria del pueblo su figura, su obra política y social solo creció y crece con el tiempo, porque el pueblo reconoció y reconoce en Evita el fanatismo del amor y la justicia.

29/07/2016

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