Columnistas
12/08/2017

"El candidato", o la lucha entre castas

"El candidato", o la lucha entre castas | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

A pocas horas de que los argentinos vayan a una elección nacional por decimoquinta vez desde el regreso de la democracia, no está demás poner la lupa sobre el largometraje de Daniel Hendler que muestra con fina ironía qué es lo que cuenta a la hora de inventar a un líder político actual y “descontracturado”.

Fernando Barraza

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“¿Nosotros creemos en Dios, o no creemos en Dios?” le pregunta el asesor más allegado a Martín, el candidato, en la pausa de la filmación de una híper calculada publicidad de lanzamiento de una nueva fuerza política nacional que lleva al susodicho como líder indiscutido.

“Sí”, contesta Martín. “Ah”, dice el asesor, y sigue su camino. La pregunta fue lanzada, pero en rigor a la verdad su respuesta mucho no importa. Vivimos en una sociedad en la que a veces pareciera que las respuestas importantes a preguntas importantes no son fundamentales, ni siquiera materia a tener en cuenta. La escena es un poco surrealista, pero no tanto, y pertenece a “El Candidato”, segundo largometraje como director del actor uruguayo Daniel Hendler, una película que -desgraciadamente- pasó sin pena ni gloria por los cines de nuestro país, pero hoy está disponible en varias plataformas online. En ella todo está planteado de manera directa pero sutil, sin alusiones demasiado denodadas, pero con una convicción referencial muy efectiva. “El candidato” tiene un tono informal, pero es brillante.

A pesar de que la materia prima que trabaja es uno de los temas favoritos entre las personas hoy por hoy (la tensión entre el ser “político” o “apolítico”, tan vívida a diario en las redes sociales, como si de una lucha de catch se tratara), lo que la película pone en pantalla sorprende de alguna u otra manera siempre; no cae en clichés innecesarios ni busca la rápida identificación (o el rechazo) del espectador con ninguno de los personajes, ni siquiera con el de Martín, el candidato, que bien pudiera ser el más susceptible de caricaturizar.

Nueva y vieja política

“El Candidato” es una película necesaria, porque encara el mundo de la política actual, la del último lustro al menos, girando en torno a un cuestionamiento existencial: ¿cuál es la verdadera diferencia entre lo que vulgarmente conocemos como la “vieja política” y la “nueva política”? Más no se lo pregunta de manera formal, porque el film en su desarrollo va directamente al hueso y expone con un fino humor y cierta oscuridad de thriller todas las variables que llevan al espectador a la construcción de una o varias respuestas sobre el interrogante crucial.

¿Y exactamente qué es “la nueva forma de hacer política”? ¿Es la supremacía de la forma sobre el contenido? ¿Es la estilización del pragmatismo de alianzas efímeras maquilladas de “nuevas fuerzas políticas”? ¿Es el triunfo total del discurso publicitario al servicio de las corporaciones que detentan el poder real de las naciones? Quizás sí, quizás es todo eso y a la vez, pero Hendler en su película hace anclaje más cerca de la persona que de la lente macro que intenta analizar las sociedades actuales. Su film es un relato de personajes, todos ellos aislados en el viejo pero imponente casco de una estancia, mostrando de sí sus verdaderos “yo” mientras tratan de “coachear” y lanzar a un candidato para una nueva fuerza política.

En ese ejercicio que los personajes desarrollan durante la película, lleno de pensamientos marketineros y sensiblerías cursis que supuestamente le gustarán a “la gente”, es donde se ve la verdadera naturaleza de lo que motoriza una idea de poder (toda fuerza política es una ambición organizada de poder): el triunfo de una casta sobre la otra. Al menos el poder político global predominante así lo expresa en cada nación del planeta en la que gobierna ¿o no?: una casta (empresarial, millonario ganadera, con poder financiero altísimo) intenta perpetuar su cuota de poder yendo a elecciones, y si está disfrazada de “nueva fuerza política”, “moderna”, “cercana a lo que quiere y necesita la gente”, mucho mejor. Para lograrlo se buscan atajos neurolingüísticos que mezclan la psicología de masas con la new age y el lenguaje publicitario, como si se diera por descontado que el grueso de los votantes es un rebaño de cerebros lisos a rellenar a gusto y placer vía redes sociales y TV.

La idea de Hendler no está errada para nada. Piensen por un momento: ¿cuál es la serie más popular de nuestros tiempos, el fenómeno de público más grande del siglo en este sentido? Sí, “Games of Thrones”, una historia que –semana a semana, año tras año hace poco más de un lustro- cuenta la historia de la lucha entre castas convencidas de que la única manera de gobernar (reinar, para algunos sería lo mismo) es a través de la supremacía de una casta sobre otra. Al igual que Jon Snow de “Games of Thrones”, Martín, el candidato, quiere poder, para ello está decidido a formar su propio partido político, rodeado de asesores de imagen, escondido en su torre de marfil estanciera, pero también quiere conversar con su viejo y conservador partido de origen, porque dentro de la casta hay una escalera y una pirámide interna y un status quo que se respeta.

Todo eso te va mostrando la película en un cruce de lenguajes que van desde lo meramente testimonial a la comedia fina, irónica, solo que, a medida que va llegando al final, el relato se vuelve un thriller psicológico donde -con mayor sutileza aún- se muestra la verdadera oscuridad del poder en un desenlace contundente por donde se lo mire.

Si el presupuesto y el prejuicio nos llevan a pensar que todo candidato político es un títere del poder real y sólo con esa caricatura facilista nos quedamos, Hendler nos invita a pensar que hay mucho más que eso en el anhelo de poder, no en vano la frase de bajada en el afiche que se mostró en Uruguay decía muy sarcásticamente: “Él sólo quiere un poco de atención”, dando a entender que el espíritu humano esconde tanto hambre de poder como una bestial necesidad de aceptación. Y los métodos sociales que pareciéramos tener para regular esas necesidades están íntimamente relacionados a la tensión de poder entre castas, “la política”, como la conocemos. Nueva, vieja, marketinera y pragmática o conservadora. Qué más da. La política que domina la mayor parte del planeta actualmente es una lucha en la que un grupo pequeño (casta A, pongamos) mantiene a raya a un gigantesco grupo humano (casta B, para el caso).

Quizás ver la película de Hendler tan cerca de una elección es un buen ejercicio, que sirve para ver con mayor claridad quién es “el candidato” y cuál es la “fuerza política” que ese candidato representa.

No todo es tan postmoderno como parece cuando lo vemos a través de las redes sociales: hay cosas que son ancestrales. Prestemos atención: el poder necesita de nuestro voto y nos confunde con nimiedades publicitarias.

Está en nosotros ver cuál es el poder que queremos ¿el que mejor represente a casta B, por ejemplo…?

29/07/2016

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