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24/06/2017

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Salvador Ferla

Salvador Ferla | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Tiene de peronista los mismos años que Perón derrocado. Antes de 1955, dice, estuve en la Alianza Libertadora Nacionalista por su componente antioligárquico y antiimperialista contrario al régimen liberal... Salvador es de los que llegan al peronismo como Jauretche, enamorados de la posición independiente, soberana en lo económico y en lo político, y con los trabajadores como columna vertebral.

Gerardo Burton

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La librería y mercería Iris queda a pocas cuadras, tres, cuatro quizá. Sobre Mariano Moreno, a pocos metros de la avenida Maipú, en Olivos. Es llegar y encontrarlo entre los carreteles, dedales, alfileres y agujas; y entre los cuadernos Gloria o Lanceros de 1910, lápices Faber y los bolígrafos BIC y sus imitaciones. O a veces está en la trastienda, y desde el recibidor se oye el teclear de la Olivetti, pesada, marrón, y el carro que va entre tipeos y vuelve de un solo golpe. Si está entusiasmado, no escucha al que llega; hay que llamarlo. Y entonces aparece Salvador, siempre igual, peinado a la gomina, con sus anteojos de marco grueso y negro, la sonrisa, la corbata y un pulóver con rombos.

Es el año 1972 y está terminando “Historia argentina con drama y humor”. Dentro de unos meses, en junio de 1973, Leopoldo Marechal editará “Megafón o la guerra”, que aparecerá veinte días después de su muerte. Esa novela comparte algo con un libro de Salvador que ya lleva ocho años de publicado, “Mártires y verdugos”. Ambos hablan de Aramburu y su ignominia, y tienen que ver con el que Rodolfo Walsh ya ha editado y que pronto aparecerá como película, esa “Operación Masacre” que inició el género de no ficción nueve años antes que Capote.

Salvador lo repetirá en numerosas charlas y entrevistas: “al terminar mis estudios primarios, mi padre, obrero sastre, sin mucha decisión ni medios económicos, me preguntó que quería ser. Como contesté ‘escritor’, le resultó una extravagancia y me mandó a trabajar en su oficio”.

Tiene de peronista los mismos años que Perón derrocado. Antes de 1955, dice, estuve en la Alianza Libertadora Nacionalista por su componente antioligárquico y antiimperialista contrario al régimen liberal. Se define como católico, un “no comunista combatiente. Pero cuando en 1955 adherí al peronismo tuve conciencia de que había consumado mi giro a la izquierda. No fue la ideología el factor decisivo que nos llevó al peronismo, sino la presencia en él; viva, real y dinámica de los trabajadores argentinos”. Salvador es de los que llegan al peronismo como Jauretche, enamorados de la posición independiente, soberana en lo económico y en lo político y con los trabajadores como columna vertebral. Y, como Jauretche, mira algunas cosas desde afuera, las semblantea: así su relación con los jóvenes peronistas, que todavía, en 1972, son la juventud maravillosa que encara el luche y vuelve sin ningún escamoteo y no han empezado las discusiones con el líder y la ortodoxia del movimiento.

http://www.elforjista.com/libertadora-ini.htm

Salvador escribe en la trastienda, sus archivos no son fotocopias, ni discos rígidos ni computadoras ni otros dispositivos. Si quiere copias de lo que escribe, a carbónico puro. Y a confiar en la memoria, en los papeles que atesora y que acumulan polvo en los anaqueles. Es un historiador en obra, con sus herramientas y materiales a mano. Su visión de la corta y larga duración le permite aconsejar, recordar, reírse de una historia que tiene no poco de trágico y que permite que los jóvenes que lo escuchan comprendan algo más que fechas, nombres, topografías menos conocidas que lejanas. Es una actitud que décadas después recogerán supuestos historiadores del copiar y pegar; médicos que leerán en enfermedades más o menos crónicas las razones de Estado y las revoluciones emprendidas; psicoanalistas que pretenderán un complejo no resuelto en el origen de alguna patriada.

Hoy, Salvador recuerda sus colaboraciones con Palabra Argentina, que dirigía Alejandro Olmos y Rebeldía, del cura Hernán Benítez, el confesor de Evita y feroz crítico del peronismo del '55 al que consideraba adocenado y aburguesado; ablandado, en fin. Luego escribirá en Las Bases, en Línea -la revista de la JP Lealtad-, en Unidos, que aparecerá durante la recuperada democracia con los que quedan de Envido, y otros que se habrán sumado.

http://ecosaltahistoria.blogspot.com.ar/2012/01/la-resistencia-peronista-traves-de-los.html

Dos meses están anclados en su memoria y resultan fundacionales para su escritura: junio de 1955 y junio de 1956. El primero, cuando los bombardeos de Plaza de Mayo por parte de la aviación de la Marina y los comandos civiles. Más de 350 muertos, millares de heridos en un rasante ataque aéreo sobre población civil indefensa. Es el único hecho que consigna la historia política de una fuerza armada de un país que ataque a su población inerme. Ni Franco en Guernica lo hizo.

En 1956, con la dictadura libertadora en el poder, el fusilamiento de Valle en la penitenciaría de avenida Las Heras, quince años después de Severino Di Giovanni, y el de los militantes peronistas en José León Suárez lo conmueven y escribe Mártires y verdugos, que va a reeditar en 1974 con un apéndice sobre Aramburu. Hace algo parecido a lo de Marechal con Megafón: el anciano ex presidente, el fusilador del 56 es quitado de escena bruscamente por un grupo de jóvenes. La primera edición de Mártires estaba dedicada a Susana Valle, hija del general fusilado, al derrocado presidente boliviano José Luis Torres y al colega Rodolfo Walsh. Salvador sabe que su libro no es neutral, pero considera que la documentación “es objetiva”. La reedición incluye un capítulo nuevo titulado El gran asombro que relata el secuestro y la ejecución de Aramburu por parte de Montoneros. Dice Salvador que Aramburu nunca se arrepintió de lo hecho durante su presidencia. El Presidente duerme, fue la única respuesta pública que tuvo, a través de un edecán, en esos momentos trágicos.

Sobre el bombardeo escribirá, años después, que “Los rasgos del intento de magnicidio del 16 de junio fueron tan groseros que recordaron la humorada de Chesterton respecto a que la mejor forma de ocultar un homicidio es generar una guerra en la esquina y arrojar el cadáver allí, pero interpretada por alguien que no acabó de entender la sutileza.

El odio contra la persona de Perón se había transferido con facilidad a -o había empezado por- el pueblo que, en mayoría, aún sentía ese proyecto de país como propio.

Los diarios del 17 de junio se refirieron con amplitud a los daños y publicaron listas parciales de muertos y heridos, pero comenzaron a diluir la información a partir del día siguiente; el régimen advirtió su propia debilidad y los mensajes del Presidente se volvieron tibios y conciliatorios, lo que resultó en la progresiva desaparición de los nombres de los caídos, que se completó con el golpe de Estado del 16 de setiembre.

El documento liminar de la “Revolución Libertadora” inauguró el recurso de culpabilización de la víctima: el “tirano” era responsable por las muertes -que nunca se nominaron ni enumeraron- porque habría convocado a los trabajadores, a sabiendas del riesgo”.

(de Bombas para el pueblo e intento de magnicidio, ver documento completo en http://sindicalfederal.com.ar/2017/06/16/16-de-junio-bombas-para-el-pueblo-e-intento-de-magnicidio/)

Esos años de resistencia peronista le habrán servido para explicar los acontecimientos de esos dos meses terribles para el país. Y así habrá conocido mejor a los responsables de esos hechos: la clase dirigente del país, a quien define como “compuesta por los oligarcas y quienes por interés, por vocación o por estupidez, se mueven en torno a ellos y sirven sus intereses”. Cree que es un grupo “social y espiritualmente subdesarrollado” que mira al país como si fuera un conquistador; no lo considera una patria “sino una inmensa, infinita posibilidad de enriquecimiento, como un medio silvestre donde operar. Por eso los problemas sociales no se le presentan como tales sino como dificultades, como obstáculos en su libertad. Tiene del obrero argentino la misma imagen que antes tuvo del indio y del gaucho: no son identidades humanas, son ‘dificultad’ y su reacción es la de eliminar dificultades, no la de solucionar problemas. Esta particular manera de mirar al pueblo como una ‘dificultad’ ha sido la generadora de la idea del escarmiento sangriento” que lleva a los fusilamientos de civiles y militares peronistas en junio de 1956.

Participa de la corriente de revisionismo histórico donde se inscriben, entre otros, Ortega Peña y Duhalde, que ya han escrito sobre Felipe Varela y sobre la deuda externa argentina con la Baring Brothers; o Roberto Carri, que acaba de publicar su biografía sobre Mate Cosido y los gauchos matreros. La mirada de Salvador siempre es comprensiva, abarcadora. Los jóvenes escuchan sus relatos sobre la guerra contra el Paraguay, la pasión con que habla de Artigas. En fin, ayuda a buscar una continuidad en la Argentina criolla, que la historia sea una herramienta para la liberación, dice. Que esa línea histórica que encarna el peronismo fue saboteada. Y vuelve a recordar, mientras mira a sus interlocutores que “Por 1955 hubo un Buenos Aires muy distinto del actual. La cabeza de un hombre muerto que cuelga por la abertura sin vidrio de la puerta del trolebús de la línea 305 y los cadáveres de dos mujeres tendidas en el empedrado, conforman una de las fotos más terribles de aquel 16 de junio de 1955, cuando oficiales de la Aviación Naval bombardearon Plaza de Mayo en un intento por terminar con el gobierno del presidente constitucional Juan Domingo Perón que había sido reelegido sólo tres años atrás con el 68 por ciento de los votos. Hasta hoy nunca se conocieron cifras precisas sobre el número de masacrados por la metralla y las bombas lanzadas desde los aparatos de la aviación naval” (ídem).

Salvador Ferla nació en Sicilia, en 1925. Durante su infancia, su familia emigró a la Argentina. De pequeño se viene con su familia para la Argentina. Vivió en la zona norte de Buenos Aires, en Olivos, donde murió en 1986. Tras una breve militancia en la Alianza Libertadora Nacionalista, que lideraba Juan Queraltó y de la que participaron Guillermo Patricio Kelly -que quedó como referente principal desde 1953-, y, muy fugazmente, Rodolfo Walsh y Rogelio García Lupo, Ferla se integró al peronismo tras el golpe de Estado de 1955.

Además de “Mártires y verdugos” (1964), publicó “Cristianismo y Marxismo” (1969), “Historia argentina con drama y humor” (1972), “Apreciaciones sobre el retorno de Perón”(1974) y “El drama político de la Argentina contemporánea” (1985), mientras en simultáneo colaboraba con varias revistas políticas y de investigación histórica -Las Bases, Línea, El Despertador, Cuestionario, Todo es Historia, Unidos-. Las principales referencias están tomadas de http://www.robertobaschetti.com/biografia/f/27.html)

29/07/2016

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