Cristina por la gloria. O al sacrificio.

La ex presidenta no tendría necesidad de volver al ruedo político y competir por un cargo de menor jerarquía que el de presidenta de la Nación. Sencillamente porque ya ejerció recientemente ambos cargos de manera sucesiva. Se ve que no va a la competencia electoral por ambición ni para protegerse con fueros, que ya los desechó en la elección de 2015.

Va por patriota. Aunque para muchos este adjetivo esté pasado de moda, o ni siquiera sea aludido en el momento de una instancia tan trascendente como la previa del juramento para ejercer la presidencia de la República.

Está claro que Cristina inicia una nueva carrera a la primera magistratura del país, porque si gana esta elección para senadora ¿quien le impediría pensar que la espera el camino a la presidencia en 2019?

Pero en lo personal no le será fácil. Ha sido protagonista principalísima en estos últimos dos años, aún estando en el llano. Fue punto de referencia de todas las justificaciones que ensayó el gobierno para explicar sus desaciertos. Fue difamada por operaciones mediáticas, que muchos creyeron y otros muchos ayudaron a implementar. Su partido no aportó más que desconcierto y, salvo compañeros leales, orgánicamente no fue defendida como hubiese correspondido a una líder que dejó su mandato con tanta adhesión.

Ahora la llaman para que venga a apagar el incendio de un país que, de seguir así, va camino a la bancarrota. Y Cristina va…

El oficialismo sabe que una derrota en octubre próximo le generará un freno en sus propósitos de profundizar el ajuste. Que le quedarán solo dos años para corregir los valores de la inflación y la desocupación de dos dígitos, y generar en el electorado la objetiva sensación de que las cosas van mejorando. Mientras tanto, se seguirá empeñando al país en una deuda que según dicen es imprescindible para enjugar el déficit de las cuentas públicas, olvidándose ex profeso que las reformas introducidas en el sistema tributario (como la derogación de retenciones) es la causa de la menor recaudación para financiar el gasto público.

De cualquier manera, ganar esta próxima elección no será fácil. El aparato del gobierno pondrá toda su artillería legal y de la otra para impedirlo. Recursos no le faltan, y veremos allí aportando a los principales medios de comunicación financiando la campaña de Cambiemos hasta en especies, ninguneando el protagonismo de la ex presidenta. Habrá, casi con seguridad, una justicia electoral demasiado escrupulosa con las situaciones conflictivas que ella misma genere o que le plantee el oficialismo, y finalmente estarán las grandes intereses financieros, siempre dispuestas a defender a alguien como Macri, que es de su mismo palo y un excelente cliente.

Queda el electorado, donde Cambiemos cuenta con una base, según dicen las encuestas, de un 30 %. Es una base peligrosamente alta y sorprendente. Resulta difícil admitir que un gobierno tan impopular cuente a esta altura con ese nivel de adhesión, y después de habersele caído la careta por mentir con sus promesas preelectorales.

La única explicación es el anti-peronismo visceral de una parte de la sociedad. Una tradición hasta ahora invencible que marchó paralela al peronismo de masas a lo largo de la historia de los últimos 70 años y que pareciera, paradójicamente, potenciarse después de doce años de gobierno nacional y popular que beneficiara a tanta gente.

Pero está Cristina esta vez, y ella (evocando una metáfora futbolera como le gusta a Macri) es la “Maradona” del campo popular. Veremos si como en el 1986 cuando Argentina fue campeona mundial, la acompañan jugadores que le ayuden a que luzca su juego.