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Columnistas
18/06/2017

Menos que humano

Menos que humano | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.
Foto: David Pablo Sánchez

Que alguien con su capacidad corporal o intelectual disminuida deba demostrar que parte de un piso desigual para vivir su existencia como ser humano, es un acto de barbarie. Que además se le quite el derecho a ser protegido por la comunidad -como le sucede a quienes se quedaron sin su pensión por discapacidad- barbariza aún más a la sociedad y al gobierno que la administra.

María Beatriz Gentile *

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“Ayer en el Garrahan, mientras esperábamos con Mirko para entrar a control, le preguntéa una mamá por qué la nena no usaba la prótesis en el ojo enucleado y ella me respondió:‘Se la sacamos cuando venimos, para no discutir… porque si la ven con la prótesis no me quieren dar el pase del colectivo, como no se le nota la falta del ojito, me tratan de mentirosa”. Esto lo escribió una amiga y yo pensé ¿una nena tiene que mostrar que el cáncer la mutiló para que a su mamá le den un miserable pase de colectivo?

Hace unos años el arzobispo de Milán, Carlo María Martini, le preguntaba al intelectual Umberto Eco ¿qué fundamentos tienen los laicos para hacer el bien? La pregunta fatal que disparaba el religioso era qué razones encontraba alguien que no creía en alguna causa absoluta o en un Dios al cual rendir cuentas, para profesar la justicia, el respeto, la solidaridad e incluso llegar al altruismo de dar la vida por el otro.

La respuesta del filósofo italiano fue sencilla: “La dimensión ética comienza cuando entran en escena los demás”. En su preocupación por encontrar universales semánticos, Eco observó que existen nociones comunes a todas las culturas en relación a la percepción de nuestro cuerpo en el espacio. Somos animales de posición erecta, por lo que nos resulta fatigoso permanecer largo tiempo cabeza abajo, tenemos noción de lo alto y de lo bajo, del estar parados o del caminar. Estamos dotados para advertir el deseo, el miedo, la tristeza, el placer o el dolor. Por lo tanto poseemos concepciones universales acerca de la constricción: sufrimos si alguien nos ata, nos golpea o hiere, o si nos somete a torturas físicas o psíquicas que disminuyan o anulen nuestra existencia. Por eso lo que experimentamos en forma personal, sabemos que también le sucede a un semejante.

La convicción de que los demás están en nosotros, antes que una vaga inclinación sentimental o un mandamiento religioso resulta casi una condición básica. Como especie, de la misma forma que no somos capaces de vivir sin comer ni dormir, no somos capaces de comprender quiénes somos sin la mirada y la respuesta de los demás. Incluso hasta quien mata o tiraniza espera algo de su víctima, en este caso miedo y sumisión. Siempre es el reconocimiento del ‘otro’ lo que nos define.

Pero si esto fuera tan natural, una podría preguntarse ¿cómo es que hay sociedades que aprueban la injusticia, las masacres o la humillación de los cuerpos ajenos? La respuesta posible es que en esas sociedades se ha restringido el concepto de ‘los demás’ a la comunidad tribal. Comunidad definida por la etnia, la raza, el género, la religión o la clase social. Así, los ‘otros’ quedan fuera; vistos como bárbaros, seres inhumanos susceptibles de recibir un trato desigual al propio.

Menos que humano han sido los cristianos en el circo romano, las mujeres en la hoguera, los herejes, los indígenas, los negros, los judíos, los pobres, los homosexuales, los inmigrantes y una larga lista que miles de años de historia nos ofrece.

Que alguien con su capacidad corporal o intelectual disminuida deba demostrar que parte de un piso desigual para vivir su existencia como ser humano, es un acto de barbarie.

Que además se le quite el derecho a ser protegido por la comunidad -como le acaba de suceder a 170.000 personas que quedaron sin su pensión por discapacidad- barbariza aún más a la sociedad y al gobierno que la administra.

Es Mirko, el hijito de Anabel al que vimos nacer; pero es también Nadia, amiga, filósofa y docente de nuestra Universidad. Es cada estudiante que en condiciones aún adversas se gradúa y es también mi sobrino Pablo y mi sobrino Eugenio. Y esto es personal. Porque sin que me lo explique Eco o cualquier dogma, esto tiene que ver conmigo y con quienes quedan fuera cuando los números al gobierno no le cierran. Porque el día que estas cosas dejen de ser personales, entonces querrá decir que he dejado de ser humana.



(*) Historiadora, decana de la facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue.
29/07/2016

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