Columnistas
17/06/2017

De Trump a Macri

El odio como combustible para el motor de la política

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¿Qué tienen en común el asesor de campaña de Donald Trump y el de Mauricio Macri? Entérese viendo “Get me Roger Stone”, el documental de Netflix que muestra al desnudo al presidente de EEUU. Parece comedia, pero su prédica contagió a la política global. Llega hasta la denuncia macrista contra la “mafia de los juicios laborales” y el recorte de pensiones.

Fernando Barraza

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«Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que, gracias al consumo y al entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre.»

Aldous Huxley (fragmento de “Un mundo feliz”, 1932)

 

“Get me Roger Stone” (“Llamámelo a Roger Stone” en la traducción en español argentino) es un documental co-dirigido por Dylan Bank, Daniel DiMauro y Morgan Pehme, tres “cineastas liberales”, como sarcástica y despectivamente los llama su protagonista en el transcurso del film.

Señalada en cientos de portales especializados en cine como uno de los testimonios audiovisuales más repugnantes de las últimas décadas, la película muestra en primera persona el credo y el cotidiano de Roger Stone, un asesor político estadounidense de 69 años que trabajó en la ingeniería fina de las campañas presidenciales de Richard Nixon, Ronald Reagan y Donald Trump.

Sus pergaminos en el mundo de la política son muchos y cuestionables, pero antes de revisarlos detengámonos un instante a analizar los dos abordajes básicos que se pueden hacer sobre la película. Como en un partido amistoso tras la final de un campeonato mundial de fútbol, un abordaje posible es con los ojos del “equipo de EEUU” y otro es con los ojos del “equipo del Resto del Mundo”.

Equipo yanki

Si se analiza la película con ojos norteamericanos, la vista se va directamente a la persona, a “Roger-Stone-el-hombre-sin-escrúpulos”, porque en el estereotipo colectivo yanki (plano, maniqueo, algo primitivo) sobre hombres exitosos, hombres fracasados, hombres “buenos” y hombres “fatales”, Roger Stone es un individuo que acabándose en sí mismo, terminaría con la propia peste que él genera.

Con Roger Stone hay peste; sin Roger Stone, no hay más problema. En esta línea de razonamiento tan “self-made” y meritocrática, Stone es mucho más importante como persona que el descalabro social que su línea ideológica ocasiona en el tejido político del país más poderoso del planeta. Despejando este término subjetivo es cuando se puede empezar a hablar de la segunda mirada.

Resto del mundo

Si se analiza el documental con ojos extranjeros, no es tan importante lo que este petulante fisicoculturista septuagenario vocifera aquí y allá a través de las décadas, cuánto difama personalmente o cuánto miente. No importa si es o fue swinger y luego desparramó un discurso casi cuáquero evangélico. Tampoco importa si usa trajes ridículos o si sus lentes de diseño, sus gemelos y sus zapatos son más caros que el auto que usted usa para ir cada día al trabajo. Mirando a Roger Stone desde afuera de USA, uno consigue ver muchas más cosas que un hombre rico, irritante y mal educado: se consigue ver la idea política que hay detrás de uno de los chiflados más importantes del mundo actual; porque siempre hay ideas que hay que sostener.

Por ejemplo: Adam Smith, gran teórico del liberalismo capitalista, insistía en remarcar en sus textos que el principio de la compasión humana es un rasgo fundamental e inevitable y que -por los vaivenes subjetivos que provoca al colectivo social- hay que intentar borrarlo de la cabeza de las personas para que el sistema funcione con la homogeneidad productiva que este necesita. Doscientos cincuenta años más tarde la premisa está intacta y debe ser cumplida, y ese barrido impiadoso de compasiones es lo que esta escuela de asesores, spin doctors, lobbistas y cabilderos actuales, promulga y siembra desde los medios masivos de comunicación.

Si hay que mentir, se miente. Si hay que repetir consignas inhumanas e inverosímiles, se las repite. Porque para que la rueda de la perpetuidad funcione hay que instalar temas para ganar. Al precio que sea, claro está.

“Es mucho más fácil engañar a la gente que convencerla de que ha sido engañada”.

Mark Twain

La película muestra un ejemplo de este estilo actual de hacer la política: Roger Stone es el autor del libro “Los Clinton, guerra contra las mujeres”, uno de los mayores best seller 2016 en EEUU, que cuenta cómo Bill Clinton violó a 123 mujeres, luego las amenazó de muerte y más tarde se alió con el pedófilo convicto Jeff Epstein para terminar en un raid de abusos a menores. En el libro, que presentó en una gira tipo “Titanes en el Ring” por todo USA, el cabildero maldito asegura que los Clinton son “la sífilis resistente a la penicilina de nuestro sistema político”. ¿Por qué es importante remarcar esta frase?. Porque es exactamente la que usó Donald Trump para arrancar su campaña dos meses después del raid promocional de Stone y su libro.

Así, repetido en un rulo fatal, todo lo que Roger Stone vociferó en medios de comunicación durante la campaña de Trump, fue replicado literalmente por este último en los estrados de candidatura dos semanas más tarde. Es decir: Roger funcionó toda la campaña como el caldo de cultivo en el laboratorio que medía las posibles repercusiones que, más temprano que tarde, Trump usaría como slogans de campaña. Así fue como, paso a paso, medición tras medición, un millonario timorato y aliado con los poderes económicos dominantes, ganó una elección presidencial. Cualquier parecido con el Chile de Piñera, la Argentina de Macri o la comodidad golpista de Temer, no es mera coincidencia.

Por eso, al ver la película es importante no mirar tanto a Roger Stone, sino más bien observar hacia donde apunta su dedo. Porque si se deja de mirar al sujeto y se observa con atención el mapa, queda al desnudo que las barbaridades y mentiras que Stone/Trump lanzaron en público durante toda la campaña perseguían un motivo principal: hacer que la gente odie.

Stone aclara en la película que toda su vida profesional como lobista jugó la misma carta, desde Nixon, pasando por Reagan y llegando a Trump:

a) Desacreditar a su adversario con calumnias de peso, tengan estas algo de asidero o no.

b) Minimizar la valoración de sí misma que la masa de votantes se auto-impone, haciendo que el candidato sea el mesías (Nixon hablaba de la “Mayoría silenciosa” a la que él iba a dar voz, Reagan de “El tiempo de los sin voz” que él iba a subsanar, y Trump habló del “pueblo empequeñecido” al que él le va a devolver una “América grande”),

c) Conseguir smithsonianamente que la compasión desaparezca y el odio predomine.

Por más que el fanfarrón de Roger boquee durante todo el film que esta es su era y que todas estas ideas son suyas, esta fórmula de A-B-C no es solo Stoneana. Aplique la tabla a la última campaña electoral argentina y continúe aplicándola en los días que corren.

Piense en, por ejemplo, los dos últimos episodios salientes de Argentina en esta semana: la denigración de los derechos de los trabajadores en la acusación a la supuesta mafia de los juicios laborales, y la quita compulsiva de pensiones a las personas con discapacidades. En ambos casos exageraron, manipularon y mintieron, tratando de insuflarle adversión y odio a la sociedad.

¿Vio? Roger Stone no es una sola persona desagradable que vive en EEUU. Hay miles. En Argentina está hace un tiempo… ¿no lo ve?

29/07/2016

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