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Columnistas
21/04/2017

El show del orden y la represión de la protesta social

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En un clima de aumento del desempleo, deterioro del salario, del consumo y de la previsión social, el malestar y la protesta se hacen realidad. La reacción del poder se limita a proyectar una pretendida imagen de “autoridad” a través de los medios monopólicos que instalan el “show del orden” mientras el gobierno implementa la represión de las protestas sociales. En la escalada represiva siempre queda como saldo alguna muerte. Esa es la consecuencia irreparable de recurrir a viejas recetas y técnicas que portan una historia de daño social.

Eugenio Raúl Zaffaroni *

Es común la sensación de que los momentos que se viven son los peores de la historia, pero se trata de un error de perspectiva: por lo general son diferentes (no peores), porque la historia no se repite, sino que se continúa.

Todo programa económico que se basa en reducción del gasto público, se traduce en reducción del consumo, de producción, de recaudación, más recesión y al final se cierra el orificio del embudo. Esto pasó con Martínez de Hoz y con Cavallo, y terminó en los dos casos en forma desastrosa.

De todas formas, estos programas conllevan negocios inmensos que benefician a unos pocos. Es la corrupción sistémica. No se trata de corrupción de coimas, sino de miles de millones. Alguna diferencia en el presente caso existe: en los anteriores había un director de orquesta, en este parece que la orquesta se quedó sin director, pues cada sector implicado hace sus propios negociados.

Es sabido desde siempre –y no hay criminólogo que no lo sepa- que estas “crisis” provocan un aumento de los delitos contra la propiedad. No inciden directamente en los homicidios y menos en las violaciones, pueden tener incidencia indirecta, pero no muestran curvas coincidentes o paralelas.

Por otra parte, la reducción del consumo, el desempleo, el deterioro del salario y de la previsión social, son todos hechos que provocan protestas. Si a esto se agrega que, como resultado de la falta del director de orquesta, el poder no deja de abrir frentes, las protestas se multiplican y la sensación de caos aumenta, por mucho que los medios monopólicos traten de disimularla.

En estas condiciones no puede pensarse en ninguna política de control social más o menos racional, porque desde el propio poder se está promoviendo toda la conflictividad social, incluso la que parece lejana a la fuente principal.

La reacción del poder se limita a proyectar una pretendida imagen de “autoridad” a través de los medios monopólicos, para tranquilizar a los sectores medios en que el programa suicida aún no impacta de pleno, se trata de que crean que la causa de su incipiente pero creciente deterioro son los estratos más humildes de la sociedad. En definitiva, se busca un enfrentamiento de los sectores medios con las capas más humildes, lo que resulta insólito, porque parece una táctica de lucha de clases al revés.

Los sectores medios se confunden y algunos humildes también, porque todo se tiñe mediáticamente de “antipolítica”, el envoltorio es “todos son corruptos”, el paquete se cierra con el moño reiterado de “la política no sirve, quienes nos agreden son políticos” y, por ende, “corruptos”. Se lanzan infamias, difamaciones, procesos inventados, denuncias, imputaciones groseras, hay mercenarios que trabajan todo el día en eso.

El gobierno “serio” de los “no corruptos” que habilitan la corrupción sistémica más escandalosa (que en pocos meses endeudó a la Nación en más de la mitad del monto de la deuda que nos llevó al 2001), muestra su “autoridad” con represión: quieren exhibirse como de “orden”, cuando en realidad son los artífices del caos.  

En el “show del orden” resucitan viejas técnicas y, entre ellas, la represión de las protestas, para que “la gente” pueda circular libremente por las calles, sin “desorden”. Para eso usan policías a los que también maltratan negándoles condición de trabajadores y, por ende, su legítimo derecho de sindicalización, como tienen todas las policías europeas y algunas de nuestra región.

Esto es indispensable para evitar hasta donde sea posible que los trabajadores policiales desarrollen su conciencia profesional. De este modo se les facilita asignarles el rol de “enemigos” frente a los sectores más humildes. Del juego de “policía-ladrón” se pasa al de “policía-manifestante”.      

Al mismo tiempo se agravan penas y se criminaliza a la adolescencia pobre para prevenir “el delito”, en abstracto, como si un cheque sin fondos fuese igual a un homicidio o un hurto igual a una violación, porque lo que quieren es mostrarse “duros” frente a la indisciplina: la Nación es una especie de gran escuela donde sus ciudadanos somos los párvulos a los que castigar para que “aprendamos”.

Si bien cuando se les critica esta insensatez responden que esa crítica proviene de Foucault, lo cierto es que sería más útil que leyesen a Napoleón, que hace 200 años distinguía cuerdamente entre crímenes, delitos y contravenciones, para no “gastar pólvora en chimangos”, si es que en serio se quieren prevenir cosas graves. Pero, obviamente eso no interesa, no se quiere prevenir, sino sólo montar el “show del orden”.

Por cierto, todo esto ha de pasar, como pasaron otros episodios muy desafortunados en nuestra historia. Un día el orificio del embudo se cierra del todo, como otras veces. El pueblo, los sectores humildes y los medios y todos, se darán cuenta de la parodia, de la estafa, de que nos hemos caído en un pozo y hay que salir. Al final, el sentimiento de Nación no nos es ajeno a los argentinos, porque en esos momentos volvemos a cubrirnos por una bandera y un destino común que nos condena a alguna solidaridad.

La evidencia que no puede ocultar cualquier monopolio mediático muestra que la represión no pudo contener la protesta de todos, que “el delito” no baja, que las leyes sólo fueron parte del “show”. Cuando llega ese día hay “bronca”, la misma reacción agresiva que produce saberse estafado, defraudado, burlado.

Es inevitable: esto siempre ha sucedido y seguirá sucediendo cuando la mentira, el “show” del orden, se acaba y todos ven el verdadero rostro de quienes se ríen de la ingenuidad, se burlan de la buena fe de quienes “no saben de política”, de quienes dejaron que “la política” se la haga otro, como decía Perón.

Lo más lamentable en estos casos es que siempre en la escalada represiva quedan algunos cadáveres, y esos no los podemos recuperar, son vidas que se pierden, sin que importe si son muchas o pocas. Vidas que se pierden por no hacer una prevención racional, otras por efecto directo de la represión, porque el “loquito” hizo lo que no debía hacer, le dio un balazo en la cabeza a un maestro como pasó en Neuquén, y todos nos lamentamos o se mata a dos manifestantes en un puente. Renuncia un ministro, se remueve a un gobernador, hasta puede irse un presidente, pero nadie resucita a un muerto.

 

Buenos Aires, 18 de abril de 2017



(*) Profesor Emérito de la Universidad de Buenos Aires.
29/07/2016

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