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Columnistas
06/03/2017

Perseguir un sueño no es lo mismo que soñar

Perseguir un sueño no es lo mismo que soñar | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Fernando Barraza

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 “No me preguntes más/ no es falta de cariño/ te quiero con el alma/ te juro que te adoro/ y en nombre de ese amor/ y por tu bien/ te digo adiós”

Pedro Junco (“Nosotros”) 
 

“La La Land” ha tomado desprevenidas a las  audiencias del planeta invitándolas por convención y marketing a verla como un musical hecho y derecho. Pero “La La Land” no es un musical. Es un bonito film, sí, con un par de cuadros musicales pero eso no la sitúa allí, donde otras películas calzan como guante en la vitrina inequívoca de los musicales.

“La La Land” es una película linda, cinematográficamente tiene cosas bellas y distintivas: excelentes desplazamientos de cámara, rotundos pero sutiles; una dirección de arte que viene del cliché, pero lo usa con mucho estilo; y un montaje y una edición de sonido que son una delicia. Si hay que comparar estéticas a la hora de arte y montaje, por ejemplo, inmediatamente aparece en la mente “The Artist”, el anterior “falso musical” que sorprendió irrumpiendo no hace mucho tiempo en los cines del planeta y que –al igual que este film- se llevó unas cuantas estatuillas de las más importantes. Ninguno de los dos termina de ser un musical de pura cepa, pero “La La Land” aún menos que menos.

¿Por qué?

¿Y por qué un film con cinco o seis cuadros musicales impactantes no sería un musical?

Simplemente porque no tiene los motores esenciales del género.

Para comenzar carece de sensualidad. Tiene mucha ternura sí, pero no tiene nada de sensualidad. La cuna del cine musical: el Can Can, la feria de variedades y el descaro extramoral del “Jubilee” de finales siglo XIX y principios del XX han “obligado” al musical cinematográfico a poner la libido en primer plano y no sugerir, si no entregar sensualidad en un tono bien pero bien explícito. Desde los tiempos de Kurt Weill o Topsy Turvy hasta acá, ningún musical ha zafado de esa premisa (obviamente dejando de lado a los infantiles o los mojigatos como “The sound of music”), así el musical en cine es forzosamente arte y cabaret y ningún resorte argumental detiene esta sexualidad a piel, aunque se hable obsesivamente sobre la muerte (“All that jazz”), o se ponga en imágenes la insensatez rapaz de la guerra (“Cabaret”). En cada musical hay Eros comiéndole la boca de Tánatos en un húmedo e incómodo y prolongado beso francés. “Dame piernas largas, dame torsos desnudos, dame engaños y algún que otro vicio por favor…” pareciera decir implícitamente el espectador tipo del musical. Y eso es lo que el musical de Hollywood ha dado siempre.

“La La Land” es una muy buena película, pero no tiene nada de esto. Y hay más. Tampoco tiene el timing del musical. Sus cuadros musicales no son esenciales, no están acomodados para que las premisas dramáticas se disparen, son cuadros bellos y logrados, pero nunca son imprescindibles, bien pudieran estar… o no. Por suerte están; pero la historia puede ser contada sin ellos.                        

De aquí en más: ¡Spoilers!

El film en sí es llegador, se ve bien pero bien de corrido y uno queda complacido. Más en el preciso momento de rumiarlo para terminar de digerirlo comienzan a desvelarse algunas cosas ocultas en el montaje que llegan a deslucirlo un poco. Por ejemplo: si nos cernimos a su premisa como historia romántica profunda, se la puede interpretar como  una suerte de “Casablanca” del individualismo.

En “Casablanca” Rick Blaine e Ilsa Lund renuncian al amor en pos de la continuidad y el éxito de la causa de La Résistance contra los nazis. Es decir: hay una renuncia personal que va por la humanidad entera, una humanidad que en 1942 (año de estreno del film) bien pudiera estar buscando redefinirse en actos de este tipo.

En “La La Land” las cosas son parecidas pero bien distintas, Sebastian Wilder y Mia Nolan también transitan el árido camino de la renuncia, pero por motivos muy diferentes. Aquí él renuncia al amor de ella para que ella triunfe en Hollywood y pueda pedir un café de cortesía bajo la mirada lela de admiración de los empleados de la cafetería. Fin.

Alguien advertirá que son épocas diferentes y que, como se ha dicho, “Casablanca” llega en plena Segunda Guerra Mundial y, por eso mismo, entiende la idea del sacrificio “de otro modo”. Pues más a favor de este análisis: los tiempos que corren son tan individualistas que hasta el sueño planteado en una comedia romántica de “bellos perdedores” casi se obliga a que ambos renuncien al amor por un sueño que no es colectivo. Estos son tiempos… “así”. Es más, el mismo Sebastian se lo dice a Mía mientras flirtean por las calles de Los Ángeles: estos son tiempos en los que se adora todo pero no se cultiva ni se preserva nada. El guion lo expresa en esa línea de diálogo, pero más tarde la traiciona.

Algunos “anticuismos”

Y si hay que contarle un poco más las costillas a “La La Land”, conviene resaltar que también es una película un poco anticuada en su planteamiento de género. Todo el tiempo sugiere que la mujer para accionar tiene que depender del impulso que el hombre le dé a su vida.

De principio a fin del film, Sebastian le hace ver aMia que es buena y tiene talento. Él no sólo la alienta, sino que la va a buscar para que ella retome su sueño de escribir y actuar. Es él quien le deja en claro -en el momento preciso- que ella tiene que jugarse y resignar la posibilidad de estar juntos por un bien propio: llegar a Hollywood.

Es cierto que el tono de este sesgo un poco machista está “balanceado” en tanto la historia está contada básicamente desde el punto de vista de Mia y –en metraje- muestra más las particularidades débiles y vulnerables de él, pero ni así deja de hacer ruido que la heroína sea tan pasiva y que solo la intervención o la opinión de Sebastian la despabile.

Durante toda la película asistimos a la construcción filosófica del personaje masculino y no del femenino y –como si esto fuera poco- también vemos su talento en cámara todo el tiempo. A ella la vemos brillar solo una vez, en su último casting. Hay una propuesta de balance de género moderna, pero cierto desbalance en la sustancia del film.

En este sentido sí son iguales con “Casablanca” (¡solo que “La La Land” fue estrenada setenta y cuatro años después!): no hay marcas del potencial femenino muy visibles en pantalla y –con algunos guiños, como cuando le pide “I Ran” a la banda de la fiesta- tenemos que sobrentender que ella es talentosa. Vemos un primer plano de él y sólo vemos costados del carisma de ella, su “gracia” está en un plano inferior al del héroe masculino.

Así y todo “La La Land” gusta, porque es muy pero muy bonita como cine. Nadie estará en condiciones de desdecir la factura técnica impecable y el vuelo de algunos pasajes que la destacan y la destacarán a futuro. En este sentido, perfila para clásico.

Encima y como plus está la magia de la química actoral entre ellos dos, algo que siempre trasciende y agrega al mito y la perdurabilidad en el tiempo: ella con su sonrisa ingenua, él con su mirada melancólica. Los dos doctores en lo suyo. Juntos en cámara la rompen. En este sentido –el actoral- la última escena (literalmente los últimos diez segundos de la película) garpan la entrada al cine, quizás uno de los mejores finales de película de lo que va del siglo XXI.

El resto va de regalo. Bonito regalo. Pero, volviendo en círculos, no se dejen engañar: “La La Land” no es un musical, sépanlo. Y también pongan en contexto su espíritu de época: algo de individualismo y cierto conservadurismo manifiesto en sus enfoques morales. Es decir: un poco de la tensión que se vive en todo el planeta entre lo que es “perseguir un sueño” y lo que es “compartir un sueño”.

Perseguir un sueño no es lo mismo que soñar, eso está claro.

Por el resto, sin puntear tan de cerca el detalle, insistiendo y un poco repetitivos: ¡qué bonita película, eh! Para ver y disfrutar, pero también para rumiarla con paciencia posterior.

29/07/2016

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