Columnistas
06/10/2016

Parte IV

El liderazgo de los populistas: ¿exceso de personalismos?

 El liderazgo de los populistas: ¿exceso de personalismos? | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.
Silvio Berlusconi

En las democracias contemporáneas, sean presidencialistas o de otro tipo, la disputa de poder arranca desde un centro jerarquizado que es siempre personalísimo. Los liderazgos latinoamericanos son criticados, mientras que los de Churchill o De Gaulle fueron idealizados. Además, Europa tuvo a Thatcher y a Berlusconi.

Gabriel Rafart *

[email protected]

Cuando se trata al populismo como régimen político se lo acusa de producir un presidencialismo extremo. De un esquema que es menos liberal aunque sí democrático, porque las elecciones que consagran a los populistas se basan en un sufragio universal y son aceptablemente libres. Que por su falta de liberalismo cuestiona la idea de que el poder debe dividirse para que quien manda no lo haga solo y sea tentado a carnalizar la figura del déspota de las mayorías.

Estos comentarios muchas veces olvidan que todo presidencialismo es un modo de organizar la disputa del poder. Que en las democracias contemporáneas, sean presidencialista o de otro tipo, el poder es disputado tanto en su dimensión vertical como horizontal. Y que cualquier fórmula arranca desde un centro jerarquizado que es siempre personalísimo.

No hay presidencialismo sin liderazgo. Esta expresión que parece de Perogrullo, es cuestionada insistentemente por el ejercicio de un doble liderazgo “externo” de la jefatura populista. Primero hacia el movimiento social que se propone representar. Por ejemplo, que Juan Perón era un militar distante de la clase trabajadora. O que los Kirchner, protagonistas de un peronismo periférico e integrantes de una clase media alta muy lejana a los sectores populares.

Esa condición externa sería semejante a la de Rafael Correa en Ecuador. Pero no tanto respecto a lo que fue el liderazgo de Hugo Chávez para Venezuela o de Luis Ignacio Lula Da Silva para Brasil, igual que lo es actualmente en Bolivia el de Evo Morales. En todo caso aquí aparece la otra externalidad, que refiere a la ampliación de esos liderazgos hacia otros sectores sociales. Y que este es más débil e intermitente porque no puede ofrecer una versión menos personalizada y más tecnocrática del poder.  

Es sabido que durante el siglo XX, con la emergencia del sufragio universal se consagraron dos principios: el de la soberanía del pueblo, y que ese mismo pueblo por medio de sus representantes se instituía en legislador y gobernante. Que todo ello desembocaría en una cualidad que definiría a las democracias. Hablamos de la impersonalidad del mando político. Su realidad impediría el arribo de jefes políticos inescrupulosos y arbitrarios. Según la literatura sobre el tema, los modelos europeos se habrían ajustado mejor a esta fórmula mientras los latinoamericanos entregaban sus democracias al caudillismo. Y que a la sombra de las últimas dictaduras emergieron nuevos liderazgos que no pudieron desprenderse del pasado. En definitiva, Europa marchaba por una perfeccionada democracia representativa mientras que Latinoamérica transfiguraba su autoritarismo en liderazgos populistas.

Por supuesto que esta versión idealizada ocultaba a un personalísimo Winston Churchill preocupado más por sostener un imperio en descomposición y admirador de Benito Mussolini, que por generar una sociedad menos desigual. De la misma manera se agigantó a un Charles de Gaulle por ser jefe en el exilio de la resistencia a la ocupación de Francia por Hitler, y poco se decía acerca de la continuación de las guerras coloniales mientras ejercía la presidencia. Más recientemente esa Europa tuvo que lidiar con un tipo de personalización dura de los Ejecutivos, que tiene entre los suyos a Margaret Thatcher y Silvio Berlusconi, entre tantos.

En una posición intermedia siempre aparece el modelo norteamericano, que en su construcción de república presidencialista nunca pudo producir un liderazgo despersonalizado. Es que esto último es un contrasentido, ya que desde su nacimiento los norteamericanos requirieron de un modelo altamente personalizado. Aún más, los “americanos” han expandido el ascenso de estas formas de príncipes democráticos. Aquí la complementariedad con los europeos, o en todo caso algo que  empezó a definirse como la americanización de los liderazgos en el viejo continente. Sin duda las democracias de este tiempo poco pueden frente a líderes personalísimos dotados de una autoridad política particular.

Como sostiene un autor, los líderes de los regímenes presidenciales y parlamentarios modernos parecen más populistas de lo que dice, ya que hicieron confluir la capacidad de movilización de los pueblos y de la opinión pública, con la capacidad de dirigir el gobierno ejecutivo obteniendo apoyos “consensuales”, cuando no mandando a las restantes estructuras, tanto legislativas como de los gobiernos locales. 



(*) Historiador, autor del Libro “El MPN y los otros”
29/07/2016

Sitios Sugeridos


Va con firma
| 2016 | Todos los derechos reservados

Director: Héctor Mauriño  |  

Neuquén, Argentina |Propiedad Intelectual: En trámite

[email protected]