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Columnistas
18/09/2016

Hablemos de Populismo (parte I)

Hablemos de Populismo (parte I) | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

Al cuestionar el uso actual del término en sentido negativo, la autora repasa los orígenes del concepto en Rusia y Estados Unidos en el siglo XIX y el fenómeno desde 1930 en América Latina, donde siempre fue “perturbador”.

María Beatriz Gentile *

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La vaguedad del término Populismo ha llevado a que fenómenos políticos diversos sean calificados de ese modo. Populista será llamado un dirigente, un partido, un discurso. Y habrá para todos los gustos: de elite, de masas, progresistas, conservadores, urbanos, rurales, indigenistas, etc.

En la actualidad la retórica negativa sobre dicho fenómeno ha vuelto, con el objetivo de descalificar a los gobiernos de los últimos años e impugnar todo programa que no se ajuste a los mandatos del liberalismo económico. Así, populista podrá ser tanto el discurso del Papa Francisco como la Cuba de Fidel Castro o el gobierno de Evo Morales. Entonces ¿de qué hablamos cuando hablamos de Populismo?

En sus orígenes el concepto fue tomado de dos situaciones históricamente determinadas: la Rusia zarista y el medio oeste de los Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XIX. Fue asociado a movimientos políticos agrarios que demandaron reformas sociales apelando al “pueblo” y al que ellos mismos asignaron el nombre de populismo: el Narodnichestvo ruso (socialismo agrario) y el People’s Party  o Populist Party fundado en 1892.

Por el contrario, en América Latina ninguno de los movimientos así calificados se  autodenominó populista. Su caracterización provinode la valoración negativa que hicieron sus detractores y el término se convirtió en un simple adjetivo peyorativo cuando no en un vulgar exabrupto. Lo cierto es que los regímenes y dirigentes considerados de esta forma fueron algunos de los más importantes del siglo XX: Perón en Argentina, Cárdenas en México, Vargas en Brasil, Gaitán en Colombia, Betancourt en Venezuela, Paz Estensoro en Bolivia. Procesos y referentes que modelaron sus respectivas sociedades y sistemas políticos.

No cabe duda que el populismo tuvo siempre un impacto perturbador. Nacido como expresión de la sociedad de masas y en el centro de la crisis del sistema capitalista mundial y de la hegemonía oligárquica de1930, su especial capacidad de conciliar aspectos esencialmente contradictorios lo hizo sospechoso tanto para la tradición liberal como para las izquierdas socialistas y comunistas.

Los llamados “populismos clásicos” (1930-1950) fueron capaces de ampliar y consolidar la Democracia política con la incorporación del sufragio femenino e indígena - y en la Argentina, además, con la provincialización de los Territorios Nacionales- sin dejar de recurrir a la movilización popular como mecanismo de legitimación. A través de la intervención del Estado en la economía favorecieron la formación de burguesías urbanas y la intensificación del desarrollo industrial, pero a su vez estimularon la expansión de las organizaciones sindicales y potenciaron el liderazgo obrero. Fueron capitalistas y tuvieron al gran capital en contra, fueron tildados de autoritarios y terminaron derrocados por golpes militares.

Los partidos de izquierda sintieron que el Populismo les arrebataba las masas sin sustituir al capitalismo por algún tipo de socialismo. Las derechas conservadoras, por su parte, reaccionaron negativamente a las políticas que consideraron desde todo punto de vista un exceso en la gravitación del Estado en la economía.

La discusión sobre el populismo latinoamericano tiene un valor que no es meramente histórico. Sería erróneo traducir esta problemática a una literatura de la incomprensión y del resentimiento. Si bien como fenómeno político, el populismo estuvo estrechamente vinculado a un determinado momento del desarrollo de la sociedad y de la economía; como categoría analítica ha sobrevivido a sus condiciones originarias y se presenta como una recurrencia en los países de la región.

Como explica Carlos Vilas, su efecto desorientador respecto a esquemas y expectativas de cambio o conservación es lo que explica, pero no disculpa, la sustitución del análisis por  la descalificación. Será necesario pensarla relación entre el populismo y sus variados intérpretes, porque como el zapato de la Cenicienta, a todos se lo prueban pero a ninguno le calza.

 Hablemos de populismo… y de democracias (parte II)



(*) Historiadora, decana de la facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue.
29/07/2016

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