Columnistas
21/08/2016

Alpargatas sí y libros también

Alpargatas sí y libros también | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

“Una educación superior incompleta es mejor que ninguna educación superior”, así le respondía el rector de la Universidad Nacional del Comahue, Gustavo Crisafulli, al periodista que lo interpelaba con la pretensión de cuestionar el ingreso irrestricto en las universidades públicas. Por alguna razón cada vez que se imponen políticas de ajuste socioeconómico en la Argentina, se mira con reproche a la universidad pública como si su escaso presupuesto fuera el responsable de la crisis económica.

María Beatriz Gentile *

[email protected]

En la Argentina la expansión del sistema universitario se desarrolló en forma paralela a la democratización de sociedad y en gran medida como resultado de ello. Si en sus inicios la universidad fue pensada exclusivamente para formar a los futuros cuadros dirigentes de las elites gobernantes del siglo XIX, con la Ley Sáenz Peña de ampliación del sufragio masculino en 1912 y el movimiento de la Reforma Universitaria de 1918 se terminó con la hegemonía conservadora y se le arrebató a las oligarquías criollas el monopolio de la enseñanza. Nacía la autonomía, el cogobierno y la libertad de cátedra. Años después y en plena expansión de los derechos sociales y del modelo industrial de posguerra, se creaba en 1948 la Universidad Obrera Argentina institución que más tarde se transformaría en la Universidad Tecnológica Nacional. Al mismo tiempo, el 22 de noviembre de 1949, el presidente Juan Domingo Perón firmaba el decreto 29337 de supresión de aranceles universitarios y consagraba la gratuidad de los estudios superiores. La matrícula pasó de 40.284 alumnos en 1945 a 138.871 en 1955.

La primavera blindada de los años ‘70 alcanzó también a la universidad argentina. A la protesta antidictatorial y descolonizadora del Tercer Mundo se sumó el planteo de lograr una alta calidad científica puesta al servicio de los procesos sociales y políticos. Se abrieron las carreras de Psicología y Sociología, nació el Conicet como organismo dedicado a la investigación e innovación científica. Se crearon las áreas de Orientación Vocacional para una mejor articulación con la escuela media y la de Extensión Universitaria para vincular el conocimiento a las necesidades de la sociedad. Se formó la primera editorial universitaria Eudeba. Con ella se difundió el material producido dentro de los claustros universitarios y de obras y autores desconocidos, las más de las veces vedados por el mercado editorial privado. En ese contexto muchos jóvenes acompañaron sus estudios con una creciente politización, algo que vino a poner fin la dictadura de Onganía con “los bastones largos” en 1966.

El silenciamiento de las universidades bajo las dictaduras que siguieron fue acompañado por el desfinanciamiento al sistema público y el incentivo al privado, la restricción del ingreso, el arancelamiento, el cierre de carreras y de universidades, las cesantías, exilio, y “desapariciones” de estudiantes, docentes y no docentes. La decadencia de la universidad en estos años se expresó en una matrícula universitaria deprimida, en la ausencia de producción de conocimiento y en la baja calidad de la enseñanza.La falta de concursos docentes para ocupar cargos puso las cátedras en manos de personajes de escasa formación académica, cuyo único mérito fue ser complacientes con el régimen dictatorial. Eudeba desapareció junto a la quema de 90.000 ejemplares, a imagen del Fahreinht 451 de Bradbury sólo que en este caso no fue ciencia ficción.

Para quienes sostienen que la masividad de los estudios superiores es enemiga de la calidad de los mismos, la experiencia de estos años expresa claramente lo contrario. Desde la recuperación democrática en 1983 el sistema universitario tambaleó entre ciclos de expansión y restricción. Los años ‘90 trajeron el retorno de las políticas de ajuste pero ahora bajo el latiguillo de la “calidad” y la “eficiencia” medida en estándares del Banco Mundial.

En esta larga trayectoria debe señalarse que en la última década el presupuesto universitario creció a un casi 6% del PBI. La creación de nuevas universidades lejos de ser un ejemplo del despilfarro “populista” posibilitó la ampliación del ingreso a la formación superior, porque mientras antes para estudiar había que viajar entre 300 y 1.200 km o mudarse de lugar o recorrer diariamente 4 o 5 horas para cursar, esto fue imposible. La cercanía territorial de una casa de estudios, el acompañamiento con subsidios al transporte, a la energía eléctrica y al gas para el funcionamiento de las mismas, sumado a la expansión del sistema de becas, sin lugar a dudas mejoró notablemente el acceso a los estudios universitarios.

Retornar a la remanida antinomia “masividad vs calidad” no es más que la provocación intencionalmente desmemoriada de la vieja consigna de la universidad para pocos. Como expresara el decreto de 1949 entre sus considerandos, “el engrandecimiento y auténtico progreso de un pueblo estriba en gran parte en el grado de cultura que alcance cada uno de los miembros que lo componen”.



(*) Historiadora, decana de la facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue.
29/07/2016

Sitios Sugeridos


Va con firma
| 2016 | Todos los derechos reservados

Director: Héctor Mauriño  |  

Neuquén, Argentina |Propiedad Intelectual: En trámite

[email protected]