Argentina
16/09/2016

Memoria sobre la dictadura

A 40 años de la Noche de los Lápices

A 40 años de la Noche de los Lápices | VA CON FIRMA. Un plus sobre la información.

El relato socialmente arraigado cuenta que el 16 de septiembre de 1976 el régimen genocida secuestró en La Plata a estudiantes secundarios que luchaban por el boleto estudiantil, y que la mayoría están desaparecidos. Sobre los mismos hechos, con el tiempo se conocieron otras verdades más complejas, diversas y profundas: esos y esas adolescentes eran, ante todo, militantes políticos.

Miguel Croceri

Los hechos de trascendencia colectiva son más complejos que los símbolos que los expresan. Y más si han ocurrido hace muchos años y en el encierro absoluto de campos de concentración de una dictadura genocida, ocultados a la sociedad y a la humanidad toda. Pero aún así, sobre los hechos se logran construir relatos, narrativas, que por su fuerza simbólica pueden tener una potencia que atraviesa al tiempo y renueva su vigor de forma continua.

Eso ocurre con “La Noche de los Lápices”, de la cual se cumplen hoy 40 años. La sola forma de nombrar a lo ocurrido, es de por sí una forma de narrarlo. Y en este caso evocar lo que ese “nombre” significa, moviliza a multitudes de estudiantes secundarios y universitarios de toda la Argentina, y también a personas de otras generaciones, para reunirse y expresarse; ocupar el espacio público con manifestaciones, actos y actividades artísticas; juntarse para hacerse sentir; reivindicar derechos y reclamar por ellos; exaltar ideales; repudiar por siempre a los asesinos; organizarse, en fin, para la acción y la lucha colectivas.

El relato socialmente extendido e históricamente arraigado dice que el 16 de septiembre de 1976, miembros del ejército y la policía de la dictadura argentina secuestraron en la ciudad de La Plata a un grupo de estudiantes secundarios, de entre 14 y 17 años, que nunca más aparecieron.

Los nombres de quienes permanecen desaparecidos son María Clara Ciocchini, María Claudia Falcone, Claudio de Acha, Horacio Ungaro, Daniel Racero y Francisco López Muntaner.  En nombre de ellos, de su muerte temprana, de su martirio perpetrado por el terrorismo de Estado que asoló a nuestra patria desde aquel 1976 hasta la refundación democrática de 1983, la jornada de hoy tiene en todo el país una significación definida.    

La narrativa social de los hechos, la forma de relatarlos hacia la sociedad y para la posteridad, se construyó fundamentalmente a partir de una película, llamada precisamente “La Noche de los Lápices”, que fue dirigida por Héctor Olivera y estrenada en 1986.

El guión cinematográfico de esa película, a su vez, se realizó en base a un libro del mismo nombre, escrito por los periodistas Héctor Ruiz Núñez y María Seoane, que recuperaba hechos ocurridos una década antes en plena dictadura, y de los cuales no había conocimiento público alguno hasta que fueron revelados por uno de los sobrevivientes, Pablo Díaz, en el valiente testimonio que ofreció durante las audiencias del juicio realizado en 1985 contra los jerarcas del régimen genocida.

Tanto el libro como la película contaron que Pablo era el único sobreviviente. Eran tiempos inaugurales y luminosos para la libertad en nuestro país, pero que también llevaban como un peso insoportable la carga del miedo, la sospecha de que el terror podía volver a gobernar en cualquier momento, el pánico de que quien hablara o dijera algo que molestara a los asesinos la próxima vez podría ser víctima y pasarle lo mismo que a los que habían sido asesinados y desaparecidos.

Nadie sabía que, al menos para los casi 34 años futuros y ojalá que por siempre, el país iba a sostener un régimen político donde las autoridades se designan mediante el voto ciudadano y en un contexto general de libertades públicas (aunque también con gravísimos hechos sufridos por una gran cantidad de víctimas durante la etapa democrática, en la cual se han repetido crímenes y desaparición de personas como en la época del Estado terrorista).

Quizás por aquel clima de época, y porque se trataba de hechos que nadie conocía excepto los sobrevivientes y sus familiares y allegados -y a veces ni eso, porque eran verdades tan terribles que costaba ponerlas en palabras y mostrarlas a otros y otras-, tanto el libro como la película narraron una versión simplificada de lo que había pasado, de cuál era el verdadero compromiso de los adolescentes secuestrados en la Noche de los Lápices, y hasta de cuántos fueron los desaparecidos y cuántos los sobrevivientes.

Con el paso del tiempo, el afianzamiento del clima de libertad en el país, la valentía de quienes sobrevivieron y fueron madurando sus propios traumas, la lucha de los militantes por los derechos humanos, el trabajo de académicos, artistas y periodistas que investigaron y aportaron nuevos conocimientos, y la posibilidad de difundir cada vez más lo que antes había sido ocultado, se fueron construyendo narrativas más complejas, diversos y profundas sobre esa terrible realidad de hace 40 años.

Tal vez la más trascendente diferencia entre aquellos relatos iniciales y el conocimiento socialmente construido hasta hoy, es que no hubo solo un sobreviviente sino que también tienen esa misma condición Emilse Moler, Gustavo Calotti y Patricia Miranda.

Numerosos trabajos documentales, expresados mediante los lenguajes del periodismo, la investigación académica y la producción audiovisual entre otros, han comprobado además que el secuestro de estudiantes evocado como la “Noche de los Lápices” no ocurrió solo en la oscuridad de esa madrugada del 16 de septiembre de 1976, sino también en días y semanas anteriores y posteriores a esa fecha. Por ejemplo, el sobreviviente Pablo Díaz fue secuestrado no el 16, sino el 21 de ese mes. 

También se investigó que si se toman en cuenta episodios de violencia estatal similares ocurridos en otras circunstancias pero en fechas cercanas, y que sin embargo no han sido reconstruidos en un relato que los considere dentro de un todo, también hubieron otras víctimas que sufrieron el mismo destino pero quedaron afuera de la memoria colectiva.

De todos modos, quizás la verdad más molesta y a la vez más reveladora que aquellos relatos iniciales mostrados por el libro, la película y en general los discursos que la sociedad recibía con estupefacción y horror en los primeros años posteriores a la dictadura, sea que los adolescentes de la Noche de los Lápices no luchaban solo por el boleto estudiantil, sino que eran militantes políticos.

Tanto las y los que desaparecieron como quienes sobrevivieron formaban parte de la Coordinadora de Estudiantes Secundarios de La Plata, que había tenido protagonismo en el reclamo por una tarifa de transporte para alumnos y alumnas secundarias, lucha que alcanzó un pico alto en una movilización de miles de jóvenes frente al ministerio de Obras Públicas de la provincia, el 5 de septiembre de 1975.

Pero con más o con menos integración a organizaciones políticas de aquella época, donde se incluían las estudiantiles, las sindicales, las barriales, etc., y también las que desarrollaban una lucha revolucionaria, aquellas chicas y chicos tuvieron un temprano compromiso político, también propio del tiempo histórico en que vivían, y por eso fueron víctimas de la dictadura.

29/07/2016

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